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Las cifras de una guerra que no se debe perder

Isabel Segovia

22 de agosto de 2018 - 12:00 a. m.

El debate generado alrededor de los logros y desaciertos del gobierno Santos, los múltiples datos que circulan en las redes y en los medios de comunicación, y las afirmaciones realizadas por el senador Macías en su muy desatinado discurso del día de la posesión invitan a reflexionar sobre por qué es importante conocer las cifras. Aunque éstas pueden ser manipuladas, fenómeno evidente para quien las entiende, son absolutamente indispensables para contextualizar y poder emitir juicios de valor sobre éxitos o fracasos. 

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Analizándolas se observa que, aunque nos falta mucho, Colombia es hoy un mejor país que hace 20 años. Sin necesidad de entrar en la polémica de qué gobierno fue el responsable, para sustentar esta afirmación solo hace falta revisar algunas de ellas: la de la pobreza multidimensional, que según el DANE bajó de 49,7 % en el 2002 a 17 % en el 2017; la de pobreza extrema, que según la misma entidad pasó de 17,7 % a 7,4 % en el mismo periodo, y la de la tasa de homicidios, que arranca en el 2002 en 70 por cada 100.000 habitantes y termina en el 2017 en 24. Otras cifras no son tan alentadoras, según el Observatorio de Desarrollo Económico: la desigualdad, medida por el coeficiente Gini, en el 2002 era de 0,554; ascendió en 2008 a 0,557 y descendió en el 2017 a 0,522. Aunque se observa una leve disminución, según la OCDE, hoy Colombia es el país más desigual de Suramérica, el segundo de Latinoamérica y el cuarto del mundo.

Sin embargo, no existen cifras más espeluznantes que las de las guerras, por la cantidad de muertes que producen, tanto de actores directamente involucrados, como de civiles. En el documental La guerra de Vietnam, un veterano del lado “ganador” afirma que sólo los que no combatieron hablan con gusto de quién ganó o quién perdió. Las cifras de esa guerra son atroces: murieron 250.000 soldados del sur de Vietnam, un millón del norte y 58.000 estadounidenses, y más de dos millones de civiles vietnamitas, sin contar otros más en Camboya y en Laos. El país quedó destruido, sumido en la pobreza y controlado por un gobierno autoritario y represivo. Hace unos años lo conocí y encontré una sociedad que había logrado combinar lo peor del comunismo y del capitalismo: sin libertades civiles ni sociales y con una economía de mercado sin ninguna intervención estatal, que estaba generando grandes inequidades. Nadie ganó esa guerra.

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Al igual que en Vietnam, la guerra en Colombia también la perdimos todos. Hace unos días, el Centro de Memoria Histórica publicó unas cifras aterradoras: entre 1958 y 2012, el conflicto armado causó la muerte de 218.094 personas, de las cuales el 19 % fueron combatientes y el 81 %, civiles. Reitero, 177.307 muertos civiles. Las cifras son contundentes. La guerra que nos acompañó durante los últimos 50 años, irónicamente, como lo muestran el coeficiente Gini y la realidad del país, no logró su objetivo inicial: reducir la desigualdad. Por estas cifras y sus consecuencias, sería imperdonable volver a ella. No obstante, la que sí debemos pelear es la guerra contra la inequidad. Indudablemente la venimos perdiendo y si ahora gravan a los que poco devengan, promueven la concentración de tierra en pocas manos y sabotean la justicia, estaremos cada vez más cerca de terminar completamente derrotados.

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