Manifestaciones ciudadanas

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Isabel Segovia
26 de diciembre de 2018 - 06:30 a. m.
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Después de más de dos meses de protestas los estudiantes lograron llegar a un acuerdo con el Gobierno para aumentar de manera significativa el presupuesto de las universidades públicas durante los próximos cuatro años. Logro no menor: nunca antes la educación superior en el país había recibido tantos recursos. El resultado de este importante y, para muchos, incómodo proceso invita a reflexionar sobre las diferentes maneras como se revela la democracia y el estigma que rodea a las protestas callejeras en países como el nuestro, que por su larga historia de guerra no han vivido plenamente lo que significa ser naciones verdaderamente democráticas.

Durante los ocho años del gobierno de Uribe, mientras Cecilia María Vélez estuvo a la cabeza del sector educativo, no hubo paros ni protestas importantes. Se dieron manifestaciones aisladas por problemas específicos que se presentaban en alguna de las entidades territoriales del país, pero nunca un paro nacional, ni de maestros, ni de estudiantes. Al presidente Santos lo inauguraron con una protesta estudiantil en contra de la reforma a la Ley 30 de 1992 (por la cual se organiza el servicio público de la educación superior) que su Gobierno presentó, manifestación que dio origen a un movimiento estudiantil que se conoce como la MANE (Mesa Amplia Nacional Estudiantil) y que logró impedir la reforma. También vivimos en ese período un gran paro de maestros y otros breves, cuyas demandas, aunque en su mayoría específicas al gremio, impactaron de manera positiva al sector. Durante ese mandato, seguramente por el momento del país, se empezaron a presentar movimientos ciudadanos que buscaban algo más grande que el beneficio particular.

En los últimos meses de este año, los estudiantes se organizaron, fueron coherentes, constantes y no desfallecieron. Los agredieron, los tildaron de subversivos, vándalos y violentos, pero no se dejaron amedrentar. Claro, se presentaron sucesos complicados e indeseables, pero fueron aislados, aunque tendamos a generalizarlos. El costo para ellos fue grande: arriesgaron sus vidas y en muchos casos sacrificaron su semestre académico por el bien común, específicamente por el bien de la educación superior. No estamos acostumbrados a ver a la ciudadanía unida en pro de un beneficio colectivo y tanto el Gobierno como muchos de nosotros los subestimamos y desestimamos. Los estudiantes, utilizando un mecanismo democrático válido, siendo fuertes y resistentes, lograron lo que durante años miembros de la sociedad civil, funcionarios públicos, tecnócratas y rectores clamaron: más presupuesto para la educación.

Es hora de crecer como país y de asumir las responsabilidades que eso conlleva, y para hacerlo podríamos empezar por dejar de descalificar y desconocer lo importantes que pueden ser para el desarrollo las manifestaciones ciudadanas. Presidente Duque: si algo ha dejado claro el inicio de su mandato es que se debe escuchar. Estamos de acuerdo en que no se debe gobernar para las encuestas, ni para ser popular, pero repudiar e ignorar las expresiones ciudadanas que se reflejan en las encuestas y en las protestas alarga, como se dio en estos últimos meses, situaciones que si son atendidas a tiempo generan ganancia a su Gobierno, a la ciudadanía y al país.

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