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País de bullies

Isabel Segovia

05 de septiembre de 2023 - 09:05 p. m.

Combatir el matoneo en los colegios es muy complicado, y aunque ya se reconoce como un problema –antes era un tema que ni se abordaba–, cada vez se vuelve más complejo su manejo. La educación, pero no solo la del colegio, sino también la de la casa y la de la sociedad, debe proporcionar a las niñas y a los niños herramientas para poder regular sus emociones, incluidas la agresividad y la crueldad.

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Colombia es una sociedad matona. Según la ONG Internacional Bullying Sin Fronteras, el país ocupa el puesto 10 con más casos de matoneo a nivel mundial (entre el 2020 y 2021 se reportaron 8.981 casos graves de bullying). En las pruebas Pisa, presentadas por niños de todos los niveles socioeconómicos, el 32 % de los estudiantes en Colombia indicó haber sufrido de matoneo, mientras que el promedio general de la OCDE es de 22 %. A pesar de la inmensa problemática, no existen políticas públicas claras para combatirla. Los colegios que lo intentan terminan enfrentando solos una situación que claramente los sobrepasa.

Hace unas semanas este periódico publicó una noticia sobre dos casos de bullying denunciados en un colegio privado de estrato alto de Bogotá. Muy importante que el tema haya logrado la primera página de un diario de cobertura nacional; sin embargo, al señalar la problemática como si fuera solo la de un colegio, se minimizó el asunto y lo hizo parecer como algo que únicamente se sufre en ese sitio. Sin duda los colegios privados, que cuentan con más recursos, deberían ser más hábiles en prevenir estas situaciones, pero puntualizar impide comprender y encarar el gran problema que es el bullying en este país.

El haber puesto el tema sobre la mesa nos invita a reflexionar sobre qué debemos hacer como sociedad, donde la responsabilidad más grande la tenemos los padres de familia. Criamos matones, promovemos comportamientos violentos, celebramos los chistes y los abusos, pensando que así fortalecemos y empoderamos a nuestros hijos. Nos tranquilizamos cuando no es el nuestro el matoneado, y si es el bullie, hasta orgullo nos da. Cuando los colegios intervienen, deben confrontar a unos padres que se oponen al señalamiento y a la sanción de su hijo, aunque en realidad para lidiar con estas situaciones se necesita que quien se comporta inadecuadamente asuma su responsabilidad y las consecuencias de sus acciones. El victimario también es víctima, pues el entorno familiar y escolar lo ha convertido en bullie; por consiguiente, su rumbo debe corregirse sin temor. Si no se hace, ese niño seguirá causando mucho daño y se convertirá en un adulto matón que repetirá su historia con sus hijos.

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Hace unos días, el Estado francés decretó que los bullies serán cambiados de colegio automáticamente sin el consentimiento de los padres. Puede parecer una medida exagerada, pero lo que busca es darle otra oportunidad al niño matón, pues está comprobado que cuando su entorno y circunstancias cambian, es altamente probable que su comportamiento también lo haga. A su vez, evita que los padres dificulten la atención y el manejo que se le debe dar al tema.

No me cabe duda de que el colegio de la portada se convertirá en un sitio libre de matones. Lo preocupante es que no estemos dimensionando el gran problema que tenemos como sociedad: uno que ocurre sin importar el estrato social, pero cuya visibilidad se va perdiendo a medida que disminuyen los recursos de las víctimas.

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