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Pensar en grande

Isabel Segovia

26 de enero de 2022 - 12:30 a. m.

Escuchamos al alcalde Barranquilla, Jaime Pumarejo, en compañía del presidente Iván Duque (que nunca se pierde un espectáculo donde pueda ser protagonista) anunciando con bombos y platillos que van a gestionar para que La Arenosa se convierta en una de las ciudades con circuito para correr en la competencia automotriz más famosa del mundo, la Fórmula 1.

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Las reacciones no se hicieron esperar, tanto por aquellos maravillados con la idea de que la ciudad logre reconocimiento internacional, atraiga turistas y genere algunos empleos, como por los que piensan que es un despropósito utilizar sus escasos recursos en proyectos como este, cuando existen tantas otras necesidades. Pensar en grande está bien, las aspiraciones son el motor para avanzar; sin embargo, ser ambiciosos y sensatos es muy diferente a ser irrealistas y embusteros. Los políticos de oficio saben muy bien que lo importante es sonar, y anuncios como este son ideales para lograrlo.

Barranquilla, a pesar de sus progresos, sigue siendo una ciudad cuya población pasa hambre (sólo el 38 % logra las tres comidas diarias), donde la informalidad laboral aumentó en los últimos años (con más del 60 % de sus habitantes en esta condición) y que mantiene índices altísimos de pobreza y pobreza extrema (41 % y 13 %, respectivamente). En este marco, vale preguntarse si un circuito de Fórmula 1 es prioritario y viable, o si es un embeleco más, una venta de planes vacíos a una población ávida de sueños, para tener ilusiones a pesar de la adversidad.

Así íbamos a albergar el Mundial de Fútbol, en un país donde la violencia y la inseguridad aumentan, y nos íbamos a convertir en el Silicon Valley de Latinoamérica, aunque una proporción inmensa de hogares no tienen acceso a internet para que los niños estudien y la plata destinada para ese fin se la abudinean. Así mismo, también vamos a ser una potencia productora de energías limpias (sólo nos tomará otros 17 años construir el segundo parque de energía eólica) o la nación con más turistas (12 millones de visitantes al año, estiman algunos) gracias a nuestra maravillosa infraestructura: túneles que tardan 20 años en construirse, puentes que se caen sin haberse inaugurado y aeropuertos cuyas obras no culminan (el de Barranquilla, un excelente ejemplo). Y ni hablar de lo bien que protegemos esos ecosistemas que los turistas vendrán a visitar, deforestándolos sin control, con minería ilegal y con el asesinato permanente de líderes ambientales.

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El problema no es pensar en grande, eso lo hacemos bien; lo que pasa es que entre el populismo barato, la incapacidad, la ineficiencia y la rampante corrupción, las grandes ideas se transforman en gigantes desilusiones. Ojalá los colombianos dejáramos de creerles a los dirigentes que venden humo y eligiéramos a aquellos que proponen lo posible y prioritario, así no nos parezca grandilocuente.

Bienvenido el circuito de Fórmula 1 a Barranquilla, mientras sea 100 % gestionado, construido y mantenido por la empresa privada. Ni un peso público debería gastarse en esto, ni la ciudad ser su garante (Alejandro Pino Calad, conocedor del tema, afirma que los costos del proyecto son casi iguales a su presupuesto anual). No obstante, los Char y demás empresarios barranquilleros bien podrían seguir el ejemplo de Carlos Slim en México y hacerle ese regalito a la ciudad, que tanto les ha dado.

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