Domingo 27 de mayo de 2018: Colombia, país que recientemente firmó la paz con el grupo guerrillero más viejo del continente americano, que hace pocos días fue admitido al selecto grupo de países de la OCDE, con una situación económica precaria pero estable y con signos de recuperación, y una democracia aparentemente sólida, nuevamente permitió que el miedo eligiera, votó asustada y por eso se quedó con la única opción de elegir entre los extremos.
No es sorprendente; es más, lo esperábamos. La esperanza es lo último que se pierde y por un punto porcentual casi gana, pero al final el resultado era el esperado. Lo cierto es que los colombianos llevamos décadas eligiendo por miedo o por odio, y aunque desde hace tiempo vienen sucediendo cosas que han llevado a que el país de hoy sea muy diferente al de ayer, los resultados hasta ahora se empiezan a ver y todavía nos cuesta creerlo. El país va más rápido que sus ciudadanos y varios hechos lo demuestran.
Estas fueron las primeras elecciones presidenciales en paz de los últimos 50 años; se lograron más de nueve millones de votos sin maquinarias, que parecen haberse quedado sin gasolina; votó el 53,3% de las personas aptas, por primera vez en años se le ganó al abstencionismo; los extremos estuvieron lejos de ganar en primera vuelta y por primera vez una opción de centro obtuvo más de 4,5 millones de votos; la Registraduría Nacional emitió resultados en tiempo récord, dejando de lado cualquier suspicacia sobre un posible fraude electoral. Todas buenas noticias; sin embargo, el sabor es amargo, porque aunque estuvo cerca, perdió la esperanza y al final el resultado nos deja con la única posibilidad de volver a votar por miedo.
Domingo 17 de junio de 2018: Colombia polarizada, al no lograr que el centro pasara en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, se vio obligada a escoger entre extremos. Los electores, al momento de depositar su voto, no pensaron qué iba a ganar el país con el nuevo presidente, sino qué iban a perder ellos al elegir a uno o a otro: sus privilegios, su seguridad, su libertad, su trabajo, su tierra, su plata, y así, la lista es interminable. En las últimas tres semanas los discursos de los candidatos se moderaron tratando de atraer a los casi cinco millones de sufragantes que prefirieron al centro en la primera vuelta; no obstante, los electores estaban decididos desde los comicios del 27 de mayo, pues ya no votaron por el colectivo de país, sino por sus temores particulares.
Para intentar lograr el 17 de junio una situación diferente a la que acabo de describir, y sin pretender restarle importancia a la decepcionante situación en la que nos encontramos, la invitación es a utilizar estas tres semanas que quedan en reflexionar, respirar profundo y decidir con cabeza fría. Cuatro años en la historia de un país es muy poco tiempo.
Pensémoslo bien: la decisión que tomemos ahora podrá tener repercusiones sólo por los próximos años o a muy largo plazo. Los colombianos ya vivimos dos gobiernos de Uribe y los bogotanos uno de Petro y, aunque no serán lo mismo, en algo se repetirán. Sabemos a quién y qué estamos eligiendo. Ojalá su elección no sea solo motivada por odio o por miedo y al final no sea tan duro para Colombia que nuevamente haya sido derrotada la esperanza.