Si hay una cosa que identifica y define a los colombianos es la música. Somos un país musical; no importa en qué región, siempre está presente. Por ella y con ella somos, además, un país rumbero. A los colombianos nos une la fiesta. Cuando pienso en los rasgos de mi personalidad que me definen como oriunda de este país, bailadora y fiestera son los primeros que aparecen. Soy de una generación que desde muy joven bailaba; no había reunión sin música bailable, que en ese entonces se entendía como aquella de diferentes géneros tropicales que se disfrutaba en pareja, siendo el merengue y la salsa los más comunes, por lo que aprender a dominarlos era una necesidad social. Los colombianos somos excelentes bailarines de salsa. Fuera de las islas del Caribe, en muy pocos países latinoamericanos se baila y se goza la salsa como acá. No es fácil de bailar, pero evidentemente la llevamos en la sangre.
Gracias a un muy merecido homenaje a una gran mujer llamada Bertha Quintero —tal vez una de las más importantes gestoras culturales que ha tenido el país, revolucionaria cuando tocaba, funcionaria pública dedicada (la conocí en ese momento de su carrera), maravillosa madre y abuela muy a su manera y gran música—, me reencontré con la salsa. Esta nace de un conjunto de ritmos afrocaribeños que se mezclan con el jazz y otros estilos producto de la fusión musical realizada por un grupo de artistas hispanoamericanos inmigrantes en Nueva York. A Colombia llegó en los años 60 y se gozó intensamente entre los 70 y los 80. Si bien al principio tuvo connotaciones clasistas, poco a poco fue adoptada por jóvenes provenientes de todas las regiones y condiciones, que encontraron en ella un estilo de vida. Muchas generaciones fueron “criadas y cocinadas” en la salsa y parte de su éxito en Colombia se debe a la extraordinaria Bertha, una de sus grandes promotoras. Conguera hace 40 años, pionera dentro del género y una de las principales responsables de que las mujeres pasaran de la pista de baile a ser partícipes de su producción musical. Como artista y rumbera incansable, no existía otra forma de celebrar su vida que no fuera bailando salsa.
El baile y la salsa particularmente me habían abandonado, pero no porque hubieran dejado de gustarme, sino por diferentes circunstancias que me alejaron. La última gran celebración en la que estuve fue en el Carnaval de Barranquilla del 2020 (evento al que no falté durante muchos años) y desde entonces las salidas a disfrutar desaparecieron de mi rutina, por lo que este reencuentro fue estupendo. Fue muy lindo evidenciar cómo alegra el corazón mover el esqueleto con los amigos de siempre, que comparten conmigo el amor por este maravilloso género.
Las nuevas generaciones ya poco bailan salsa; hacerlo requiere destreza y la música de fiesta se ha simplificado mucho (por no decir que se ha deteriorado). Sin embargo, porque la llevamos en la sangre, porque la gozamos en colectivo, porque en la pista nos obliga a descubrir las habilidades del otro (no siempre conocido con anterioridad) y porque llena el alma de felicidad, aprender a bailar salsa debería ser una obligación en Colombia. Como sociedad que intenta acabar con la intolerancia y el dolor de tantos años de guerra, deberíamos garantizar que el género nunca desaparezca.
Gracias, Berthica, como siempre revolucionando mi espíritu. Salud a tu vida, a la música, al baile y... ¡que viva la salsa!