Imágenes descorazonadoras como la del niño sirio ahogado en las costas de Turquía hace algunos años y la de los padres afganos desesperados, entregando sus bebés a través de alambres de púas a los soldados norteamericanos que están saliendo del país esta semana, sólo demuestran el absoluto fracaso de Occidente en promover y defender la justicia social y los derechos humanos alrededor del mundo, y la falta de empatía y solidaridad de quienes no vivimos en carne propia estas atrocidades.
Lo que pasa en Afganistán es un verdadero horror, uno más de un mundo que en pleno siglo XXI todavía permite que existan lugares donde los derechos se vulneran tan bárbaramente. Como en los divorcios, todos difíciles y tristes, el que al final toma la decisión, aunque esta sea la única salida, es quien termina siendo el responsable. Biden cargará con las consecuencias de haber ejecutado la decisión de salir de Afganistán y terminar una relación entre una pareja que nunca se conoció ni entendió, poniendo fin a décadas de intervencionismo y dejando a ese país en igual o peor estado al que encontraron hace 20 años.
Sin embargo, creer que su gobierno es el único responsable de la situación actual de Afganistán es una observación limitada y simplista. Claro que en parte lo es, pero lo son también por lo menos diez administraciones previas a la suya y muchos otros países de Occidente que no han logrado entender la cultura musulmana, y que, con sus acciones e intervenciones, cada día ahondan más su radicalización. Hoy los talibanes regresan al poder, y los afganos, víctimas de su propia corrupción e incapaces de protegerse a sí mismos, vuelven a ser sometidos por uno de los grupos más extremistas y vulneradores de los derechos humanos, principalmente los de las mujeres.
El mundo observa expectante, cruzado de brazos e indiferente, mientras los padres regalan a sus niños con tal de no dejarlos en un país donde saben que será imposible darles alguna oportunidad. Las mujeres vuelven a ser tratadas como animales, pierden todos sus derechos, son abusadas y maltratadas; regresan a tener que ver el mundo cubiertas de pies a cabeza y a través de una burka; se les prohíbe trabajar, estudiar y vivir de manera independiente. Además, son obligadas a cumplir unas leyes absurdas, que es absolutamente imposible creer que estén escritas, y que si se quiebran conllevan a severos castigos físicos y psicológicos que acaban con la dignidad de cualquier ser humano.
Soy madre de una niña, tengo sobrinas, primas y amigas, trabajo rodeada de mujeres profesionales, competentes y excelentes personas, y cuando pienso en todas ellas, no puedo dejar de sentir que algo está intrínsecamente mal en un mundo que permite que todavía existan sociedades que someten a las mujeres como lo hacen los talibanes. Al ver lo que sucede nuevamente en Afganistán, después de años de intervención de Occidente, sólo se puede concluir que los peores enemigos de la humanidad somos nosotros, los seres humanos, con capacidad infinita para hacer el mal, pero siempre limitados para evitarlo. Y entonces, ¿quién podrá defenderlas y defendernos de nosotros mismos?
Posdata. Bienvenidos los afganos y sobre todo las afganas que logren dejar ese infierno atrás. Esa será una pequeña pero importante contribución dentro de esta triste realidad.