No cabe duda de que la forma de hacer política electoral cambió significativamente gracias a las redes sociales, la masificación de la información y la desinformación. Para hacerse elegir, hoy es vital ser un comunicador estratega (o estar asesorado por alguno) que maneje los recursos de difusión masiva que están al alcance de todos. Los medios tradicionales, antes sumamente influyentes en las elecciones, fueron desplazados y no existe político exento de recurrir a las redes sociales para ser elegido. En el continente Obama y Trump en especial lo demostraron claramente. En Colombia también es cada vez más evidente y lo demostró el éxito de Petro entre la primera y la segunda vuelta, gracias en gran parte a la exitosa campaña de comunicación implementada tanto por él como por la primera dama a través de las redes.
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No cabe duda de que la forma de hacer política electoral cambió significativamente gracias a las redes sociales, la masificación de la información y la desinformación. Para hacerse elegir, hoy es vital ser un comunicador estratega (o estar asesorado por alguno) que maneje los recursos de difusión masiva que están al alcance de todos. Los medios tradicionales, antes sumamente influyentes en las elecciones, fueron desplazados y no existe político exento de recurrir a las redes sociales para ser elegido. En el continente Obama y Trump en especial lo demostraron claramente. En Colombia también es cada vez más evidente y lo demostró el éxito de Petro entre la primera y la segunda vuelta, gracias en gran parte a la exitosa campaña de comunicación implementada tanto por él como por la primera dama a través de las redes.
Sin embargo, de lo que tal vez no éramos conscientes todavía es que no solo cambiaron las estrategias comunicativas para hacerse elegir, sino también la forma de comunicar cómo se gobierna. Esto a muchos todavía nos desconcierta, pues nuestros gobernantes socializan sin pudor ni escrúpulos supuestos logros. Algunos crecimos en un mundo donde los medios tenían el poder de decidir lo que se publicaba y los periodistas, aunque no siempre libres de sesgos o equivocaciones, analizaban lo que informaban. Hoy la cantidad de información y desinformación disponible no solo es abrumadora, sino que tergiversa nuestra realidad pues cuenta con el filtro de quien la desea comunicar.
Pensar que esta situación se puede contener es ilusorio. Tampoco significa que antes, cuando el denominado cuarto poder controlaba la información, estábamos mejor. Por ello, sabiendo que tanto políticos como gobernantes ahora no necesitan convencer a nadie para comunicar ni tienen que someterse al escrutinio técnico antes de informar cifras y resultados, los ciudadanos debemos estar alerta, ser mucho más críticos con lo que leemos, escuchamos y, sobre todo, lo que retransmitimos. Gobernar contando verdades a medias, diciendo lo que todos quieren escuchar (aunque no sea del todo cierto), socializando “buenos” resultados, escondiendo el contexto completo porque la mayoría no somos expertos equivalen a comportamientos poco éticos que lo único que buscan es sacar las primicias antes de que sean cuestionadas, pues la velocidad con la que se difunden las convierte en verdades reveladas.
Petro se volvió un mago en esto. De sus políticas y programas anuncia lo que sus seguidores quieren escuchar y después, como lo hemos visto ya en repetidas ocasiones, el ministro o técnico de turno debe salir a aclarar que lo que dijo es parcialmente cierto. También, funcionarios tanto del Gobierno nacional como de los regionales publican cada visita, cada reunión, cada decisión. Gobiernan a través de las redes sociales, como si fuera un reality show, mostrando únicamente lo que ellos quieren revelar, incluyendo éxitos y halagos a su propia gestión, sin análisis técnico, y difundiendo a medias la información. Preocupa, pues este tipo de comunicación aminora los sistemas de control y seguimiento a la gestión, engaña a los ciudadanos y, por consiguiente, los lleva a tomar decisiones con poca o mala información, lo que en últimas debilita la democracia.