Hace cinco meses publiqué una columna titulada “Primero mi primaria”, en cuya introducción escribí: “No obstante, a pesar del incierto panorama, personalmente conservo esperanzas, sobre todo en lo relacionado con la educación. Como en casi todos los sectores, el arranque ha tenido sus tropiezos, pero sigo creyendo que, con el nombramiento de Alejandro Gaviria como ministro (…), es probable que logre importantes avances durante los próximos cuatro años”. Nunca había sufrido una decepción tan rápida y desoladora; Gaviria, que era la esperanza de un sector que quedó devastado en el gobierno Duque, duró en el Ministerio de Educación Nacional (MEN) seis meses, algo que no sucedía en esa cartera desde hace más de 30 años. El mensaje con su partida es claro: vienen otros años difíciles y de retrocesos para el sector.
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Lo cierto es que los rumores eran ensordecedores. El Ministerio, al parecer, era un campo de batalla en donde nadie se ponía de acuerdo y se exhibía poco liderazgo (pero sí mucha foto). Tan desorganizado estaba, que incluso se ratificaron artículos en el Plan de Desarrollo relacionados con la educación que no fueron consultados con el MEN. Por ejemplo, se aprobó uno sobre la educación híbrida definida como “el desarrollo simultáneo de las clases de forma presencial y a distancia, ya sea de forma síncrona y/o asíncrona”, que causó interrogantes entre los expertos (como era de esperarse después del desastre educativo con la supuesta educación virtual durante la pandemia), y cuando les preguntaron a los funcionarios del Ministerio sobre la propuesta, declararon desconocer dicho artículo. Es un despropósito no estar al tanto de todos los temas propuestos en el Plan de Desarrollo sobre el sector que se dirige (por cierto, el artículo fue incluido por funcionarios del Departamento de Planeación Nacional y queda el interrogante sobre cuáles serán los motivos para proponer algo tan delicado sin consultar a la institución rectora de esa política).
El MEN sin duda necesitaba un remezón; sin embargo, se dio el más contraindicado: despedir al ministro. Una crisis institucional de ese nivel, a tan poco tiempo de iniciado el gobierno, solo demuestra que el tema poco importa y que está al vaivén de los momentos políticos. No conozco a la nueva ministra y le deseo éxito, pero tengo pocas esperanzas, no solo por lo irrelevante que parece ser la educación para el presidente Petro, sino porque, viniendo ella del Viceministerio de Educación Superior, el temor que existía hace unos meses de la casi absoluta inexistencia de planteamientos para resolver temas críticos en primera infancia y en educación básica se acrecienta significativamente.
Cuando nombran ministros cuyos intereses son principalmente políticos en carteras como la de Educación, el sector no solo se estanca, sino retrocede. Recuerdo la última vez que ocurrió algo similar, cuando el interés político personal de la entonces ministra Gina Parody predominó sobre la función de liderar y transformar la educación, sumiendo al Ministerio en una profunda crisis; la cartera estuvo vacante meses y poco se avanzó. Irónicamente, esa crisis se dio justo cuando Alejandro Gaviria era el titular de Salud, donde ejerció el cargo largo tiempo, de manera responsable y con éxito. Eran otros tiempos y él probablemente tenía otros intereses, por lo que es una verdadera pena que su paso por Educación no haya sido en ese momento.