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Tabú

Isabel Segovia

30 de noviembre de 2022 - 12:30 a. m.

Hace algunas semanas, el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses presentó unas cifras espeluznantes: 15.823 niños, niñas y adolescentes habrían sido abusados sexualmente en Colombia entre enero y septiembre de este año. También informó que los presuntos casos de violencia sexual contra niños, niñas y adolescentes aumentaron 23 % en comparación con el mismo período de 2021. Para completar el panorama, en septiembre el DANE publicó que se registraron 106.381 nacimientos en niñas y adolescentes de 14 a 19 años, y, lo más doloroso, que los nacimientos en niñas menores de 14 años se incrementaron un 43 % entre 2020 y 2021.

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Es evidente que Colombia necesita una educación sexual de buena calidad. En este momento cursa en el Congreso de la República un proyecto de ley (229 de 2021) que busca que la educación sexual se imparta con un enfoque diverso en todos los grados escolares hasta la universidad, de tal forma que ayude a prevenir embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual. Adicionalmente, desde hace varias décadas, Colombia tiene un programa de educación para la sexualidad y construcción de ciudadanía, cuya implementación se ha visto limitada por el temor de una sociedad que no logra dejar sus prejuicios y entender que si no educamos a niños, niñas y adolescentes sobre su cuerpo, su sexualidad y cómo llevar una vida sana y responsable, estas cifras seguirán aumentando, con graves consecuencias sociales y económicas para el país. Como bien lo mencionó un editorial de este diario hace unas semanas: “Cuando no hay educación sexual abierta, de calidad y desde temprana edad, estamos creando espacios para que niños, niñas y adolescentes estén en riesgo”.

A quienes argumentan que la educación sexual es una responsabilidad de los padres o de los acudientes vale recordarles que no todos los niños tienen una familia con capacidad de educarlos y que el artículo 67 de nuestra Constitución afirma que el Estado, la sociedad y la familia son responsables de la educación. También lo dice la Unesco: “La educación es una responsabilidad compartida de los gobiernos, las escuelas, los docentes, los padres de alumnos y los organismos privados”, y lo resume perfectamente el famoso proverbio africano: “Para educar a un niño se necesita toda una tribu”.

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Una educación sexual abierta e incluyente permitirá que los jóvenes estén equipados para tomar decisiones responsables sobre su salud sexual y reproductiva. Mientras eso no exista en Colombia, niños, niñas y adolescentes siempre estarán extremadamente vulnerables al abuso, las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos no deseados. Un programa de educación sexual que llegue a todos, incluyendo a los padres y cuidadores, logrará exactamente lo contrario que sus opositores profesan, y en vez de “promover la violación y destruir la esencia de la niñez”, como afirma un expresidente, y de “lavarles la cara a los pederastas”, como dice un impresentable congresista, contribuirá a proteger a niños, niñas y adolescentes, justamente lo que no estamos haciendo, como bien lo indican las cifras mencionadas. Por el bien de ellos, dejemos las prevenciones, no sigamos manejando la educación sexual como un tabú y brindémosles herramientas para protegerse y crecer sanamente.

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