La balada del gallo triste

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Irene Vallejo Moreu
31 de marzo de 2024 - 02:05 a. m.
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Para ti, la soledad es un patio de colegio. En los recreos se ensayan las dinámicas de la tribu: los juegos de la crueldad. La rebeldía es muy popular, pero casi todos obedecen sumisamente la autoridad de los líderes y los matones: no hay transgresores capaces de defender a la chica marginada. Del acoso recuerdas todos los silencios que encubrían las agresiones. Así aprendiste que pocos apoyan a quien está acorralado y en posición frágil. Porque resulta ventajoso estar del lado de los fuertes. Por indiferencia. Por miedo.

En las historias aprendemos a resonar con el dolor de los demás. Admiramos a quien alza la voz frente al violento, pero ese coraje tiene un alto coste. En el relato evangélico de la Pasión, alrededor de un inocente injustamente atacado, se describe un retablo de reacciones huidizas: la seducción del poder, la comodidad del espectador neutral, el temor a las represalias. Judas es el seguidor desleal que pone precio a su traición: “¿Qué me daréis si os lo entrego?”, ofrece a los sumos sacerdotes, y negocia la recompensa. Por su parte, el prefecto Pilato cree que el reo merece ser absuelto –”no encuentro culpa en él”–, pero nada hace por protegerlo. Con el gesto de lavarse las manos, el gobernador romano abandona a la víctima y se exime de culpa: “Inocente soy de la sangre de este justo”. El episodio más conmovedor atañe a Pedro, apóstol convencido de defender a Jesús hasta el final: “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”. Cuando apresan al maestro, Pedro sigue de lejos al grupo, fiel a su compromiso de lealtad, pero una criada lo reconoce: “Tú estabas con el galileo”. Entonces falla a su amigo: “No sé de qué hablas”. Dos veces más: “No conozco a ese hombre”. Amanece y Pedro recuerda las palabras de Jesús en la última cena: “Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces”. Avergonzado, escapa. La escena culmina con una imagen inusual en la literatura antigua: un hombre corriente llora.

Desde los antiguos mitos existían jerarquías en la pena; llora Aquiles, llora Ulises, llora Eneas. El dolor de los héroes, reyes o grandes guerreros merecía respeto. La tragedia, como escribió Aristóteles, se ocupaba de nobles, mientras la comedia retrataba las vidas de personajes “de baja estofa”. Los dramas y preocupaciones del vulgo se abordaban en clave humorística. Los habitantes de las obras teatrales de Aristófanes son tipos marrulleros y endeudados que salen adelante trampeando, campesinos hartos de guerras, embaucadores diversos o amas de casa que se declaran en huelga de sexo. Divertidos y ridículos. Por eso resulta revolucionario que, en la encrucijada de un conflicto protagonizado por un mesías, autoridades romanas y altos sacerdotes, el narrador dirija su mirada compasiva hacia un pobre hombre angustiado. En el aria “Erbarme dich” de su Pasión según san Mateo, Bach convierte la pena del viejo pescador en un dolor universal: quién no ha defraudado a un ser amado por cobardía, quién no ha hecho promesas y luego no ha estado a la altura, quién no se arrepiente de traicionarse a sí mismo.

En su personal versión cinematográfica del Evangelio, Pasolini se alejó de las estampas grandilocuentes y recuperó esa sencillez originaria, tan moderna: contrató actores no profesionales, muchos de ellos pescadores, y ennobleció sus rostros cotidianos, extraordinarios en su fascinante naturalidad. Rodó la película en Matera, localidad italiana que veinte años antes se había levantado contra la invasión nazi, sufriendo una terrible matanza. Algunos de los ojos que se asoman a la pantalla presenciaron el horror. Sus miradas acompañan al inocente ajusticiado, tal vez con el recuerdo de aquel dolor y aquella soledad.

La partida que se juega en momentos históricos decisivos empieza en el patio del colegio. El recreo es el ensayo general de nuestra forma de estar en el mundo. Proclamamos que, ante un rostro que sufre –un acoso, una agresión, una guerra–, no caben la traición ni la ecuánime distancia del espectador que contempla el naufragio. Pero la valentía es difícil: hay que ser muy fuertes para amparar al débil antes de que empiece a sonar la balada del gallo triste.

Irene Vallejo Moreu

Por Irene Vallejo Moreu

Escritora, Dra. en Clásicas. Autora de "El infinito en un junco". Premio Nacional de Ensayo 2020 y Wenjin Award 2023 (National Library China).
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Dorita(37038)14 de abril de 2024 - 11:44 p. m.
Disculpe que la llamé Irene. Leí su columna del domingo abril 14 (Espejismo) y decidí leer sus otros escritos. Sin duda, tiene el arte de escribir y merecidos reconocimientos. Como lectora he disfrutado de estas refrescantes columnas que a mi parecer son reflexivas. Que bueno para quienes estamos como suscriptores contar cada domingo con sus letras. Gracias.
aldemar(14308)14 de abril de 2024 - 07:28 a. m.
De cobardes está lleno el mundo! Gracias por este desafío!
Edgar(22146)01 de abril de 2024 - 10:46 p. m.
Honor tener la oportunidad de leer a Irene la Grande. Gracias
Rocio(21165)01 de abril de 2024 - 02:42 a. m.
Delicioso de ir recorriendo de su mano esos patios de juego devla niñez
Juan(3racf)01 de abril de 2024 - 02:30 a. m.
Excelente texto.
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