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Quédate, fantasma

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Irene Vallejo Moreu
02 de noviembre de 2025 - 05:06 a. m.
“Los fantasmas existen —aunque no sean reales— porque los necesitamos. No sabemos vivir sin los muertos”: Irene Vallejo Moreu.
“Los fantasmas existen —aunque no sean reales— porque los necesitamos. No sabemos vivir sin los muertos”: Irene Vallejo Moreu.
Foto: EFE - Paloma Rocha
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Los muertos se aparecen, es un hecho comprobado. Cuando la pérdida es reciente, una y otra vez vienen a buscarnos. Al volver a casa, detrás de la puerta, sentimos nítidas su presencia y su espera. Cuando bajamos la guardia, escuchamos sus pasos y sus ruidos menudos por los cuartos. Reaparecen de golpe en una nota escrita con su letra, tararean dentro de nuestra cabeza sus canciones, incluso dicen sus frases favoritas por nuestra boca. En la calle, a lo lejos, creemos verlos entre la gente: su nuca, su corte de pelo, su manera de andar. Los recuperamos un instante por sorpresa, se nos desboca el corazón y después volvemos a perderlos. El impulso de contarles las buenas o malas noticias durará mucho tiempo, tal vez toda nuestra vida. Hablaremos con ellos a escondidas, en silencio pudoroso, para revivir un recuerdo, un detalle nimio, una broma con sentido oculto que nadie más sabría descifrar. En numerosos casos de amputaciones, los médicos describen el síndrome del “miembro fantasma”. Ante la ausencia de una parte de nosotros, el cerebro crea sensaciones ilusorias de frío, temblor o calambres. Las sombras también duelen.

No siempre los relatos de fantasmas son historias de terror. En Sub luce maligna, una antología de textos de la antigua Roma sobre criaturas sobrenaturales, el profesor Gonzalo Fontana recoge la insólita historia de un espíritu bienvenido. Una mujer, desolada por la muerte de su hijo único, recibe una noche la espectral visita del niño: idénticos los rizos, la mirada, la voz. “Se me presentó de repente, rompiendo la oscuridad; y no estaba pálido, sino hermoso y lozano”. Durante unas horas habla con ella y la abraza, se sienta a su lado hasta el alba. No es una aparición aislada: el visitante del otro mundo regresa a diario, siempre después del crepúsculo. Ella confía el secreto a su marido, y éste, horrorizado, paga a un mago para que encadene al fantasma a su tumba. La madre, rota de dolor, inicia un delirante pleito por daños para exigir a los tribunales el regreso nocturno del chico. “Lo veía y de él gozaba. Qué alegre se me mostraba, cómo me persuadía de que no creyera en su muerte. ¿Y a quién le importaba? Mago, deshaz tus conjuros. En cuanto lo liberes, volverá”. El litigio termina con un conmovedor alegato por el derecho al fantasmal consuelo. En su inolvidable La hora violeta, Sergio del Molino relata las bromas de su hijo, poco antes de morir, al ver unos patos en el río. “Nos reímos, nos besamos y volvimos a casa. Pablo ya no volvió a salir de ella nunca más. Por eso, cada vez que veo un pato, yo también le cuento que lo he visto, y cómo era el pato, y si iba solo o en grupo. Deliro y hablo con mi hijo por los rincones de mi casa y por las calles de mi ciudad”. Ciertas personas —como algunos libros— son presencias invisibles con el poder de acompañarnos siempre: recordar es, en cierto modo, dejarse visitar por fantasmas.

En los primeros momentos del duelo, no deseamos escapar de la memoria, no queremos volver a la vida normal. La idea misma del consuelo suena a deserción, a falsedad, a despropósito. Durante las horas vacías, invitamos al espectro, le rogamos que nos obsesione y embruje nuestra casa. Así lo cuenta Emily Brontë, con torrencial romanticismo, en Cumbres borrascosas. Los protagonistas se enamoran, se traicionan y se aniquilan el uno al otro con desamparada crueldad. Parecen empeñados en destruir toda posibilidad de final feliz, pero cada vez se necesitan más. Cuando Catherine está a punto de morir, Heathcliff le suplica que lo persiga: “Hay espíritus que andan errantes por el mundo. Quédate siempre conmigo, toma cualquier forma, vuélveme loco. Pero no me dejes solo”. Emily escribió la novela mientras cuidaba a su hermano, enfermo de tuberculosis, durante largas vigilias agónicas. En su libro, las apariciones expresan un deseo que reconocemos bien: la permanencia del ser amado. Ella, la recluida hija de un pastor anglicano, pensaba que la fantasía es un distrito de lo cotidiano. Los fantasmas existen —aunque no sean reales— porque los necesitamos. No sabemos vivir sin los muertos.

Irene Vallejo Moreu

Por Irene Vallejo Moreu

Escritora, Dra. en Clásicas. Autora de "El infinito en un junco". Premio Nacional de Ensayo 2020 y Wenjin Award 2023 (National Library China).
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Dorita Bilbao(37038)04 de noviembre de 2025 - 09:29 p. m.
En algún momento hemos visto su sombra, creemos haber oído su voz o su risa, sentir su respiración; encontrar papelitos en las páginas que le gustaba en los libros leídos; hemos recordado su olor en el perfume de otra persona; en las reuniones familiares contamos sus chistes y las anécdotas vívidas; tenemos grabado su figura con el vestido que la recordamos. Si compartimos su partida en paz, sabremos que hay una forma bella y suave de irse de este mundo.
Guillermo Arias(79110)03 de noviembre de 2025 - 06:30 p. m.
Hay q aprender a reconocerlos y darles la bienvenida, nos visitan a diario y a veces no nos damos x enterados, x andar en este oficio ingrato de vivir
Concha Arevalo(99107)03 de noviembre de 2025 - 11:37 a. m.
Gracias señora escritora, muy interesante nota! Me emocionó mucho :)
Darìo Serrano(94861)03 de noviembre de 2025 - 02:29 a. m.
Ya nos estamos a leer excelentes artículos de esta excelente escritoria. Me alegro que ya la hayan aceptado en nuestra academía.
Alberto Rincón Cerón(3788)03 de noviembre de 2025 - 12:15 a. m.
¡Qué maravilla de escrito! Gracias, Irene Vallejo.
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