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La visión del escritor

J. D. Torres Duarte

13 de abril de 2022 - 12:00 a. m.

En las mentes de rigor, la palabra visión evoca ciertas vagas epifanías de humo que corresponden más a los encuentros metafísicos de Blake o a las revelaciones de Juan en Patmos que a cualquier tentativa literaria de este tiempo. Pero lejos de ser un don de los dominios divinos, la visión es un concepto vigente que determina la forma y el fondo de la galería de invenciones de un escritor.

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La visión (elimino de una vez cierta bruma conceptual) es el motivo o el conjunto de motivos que un escritor combina a gusto para descifrar el mundo (o para cifrarlo: en buena parte es una labor de ocultamiento con fines de alumbramiento). Borges acudía a los laberintos, las bibliotecas, las falsas autorías, las asesinas portuarias (Emma Zunz), el gaucho culto; Sor Juana, al conflicto entre el ingenio y el entendimiento; Kafka, al soberano enigma burocrático, el sinfín, la familia; Cortázar, a las transformaciones físicas (Axolotl) y al desdoblamiento del espacio (Casa tomada); Coetzee, al imperio (Esperando a los bárbaros), la guerra (Vida y época de Michael K), la literatura (Foe y El maestro de Petersburgo); Austen, a las relaciones de amor y dinero (Mansfield Park); Vallejo, a la iglesia y la procreación.

La definición puede ser falible y burdamente estrecha (para eso sirven las definiciones: para ver qué quedó invisible en los arrabales). Añadiré esto: la visión de un escritor es una suerte de filtro fotográfico, en ocasiones sensual (algo que se ve, se oye, se toca), en ocasiones intelectual, con el que se lee un universo de pasos oscuros y campaneos sordos que es, para todo efecto estético, sombrío y desconocido e insondable. Es una forma de entender que, antes que a la persuasión o al argumento racional o al sistema de conceptos, aspira a la belleza (que es —si me preguntan, que no— la gran aspiración). Cuando Rulfo escribe en Pedro Páramo que “los gritos de los niños revoloteaban y parecían teñirse de azul en el cielo del atardecer”, los gritos parecen teñirse de azul porque así lo percibe la córnea metafórica de Rulfo: porque se hunden en los arenales del cielo. La visión permite deformar el mundo a voluntad.

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La visión de un escritor, para alivio de las mentes de rigor, no es una habilidad innata o sobrenatural: es un músculo que se educa (no en una universidad: eso sí no). Se educa leyendo y oteando: García Márquez lo adquirió en la lectura de Mrs Dalloway, los cronistas de Indias, Hawthorne, los viajes de sol de arena por el interior de la costa; Rulfo, en sus innumerables viajes por el México de rocas sin pellejo e infinitos valles pelados, con su cámara fotográfica (quien contemple las fotografías de Rulfo entenderá sin ambages la idea de la visión como filtro fotográfico). Que Tranströmer, en Tormenta (parte de Archipiélago otoñal), vea una cornamenta de alce en los ramajes de un roble u oiga “a las constelaciones piafar en sus establos” es el resultado de incontables días y noches de repaso óptico sobre las formas de las cosas y sus evocaciones: el roble es un alce y las estrellas son caballos, y como el roble contiene al alce y las estrellas a los caballos, el universo es uno (ésa es la habilidad de la metáfora: suprimir los límites entre las aparentes oposiciones).

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Con el paso de los libros (o sea, del tiempo) la visión sí puede adquirir un cierto halo revelatorio: ocurre con Beckett y sus últimas obras cortas (Compañía, por ejemplo), ocurre con Kawabata y Lo bello y lo triste, ocurre con Kafka y El artista del hambre. En los últimos poemarios de Szymborska es tan natural que ni la poeta parece notar su elevación de semidiosa. Las puertas de la percepción (para recordar de nuevo a Blake) se entreabren con los juegos y las asociaciones de esa visión, que allana vías. Esa visión es el patrimonio de un escritor, su atado de harapos de oro: se encuentra en la forma (sea alegórica o metafórica) y en el fondo (porque el artificio, por principio, revuelve la sustancia de las cosas). Un escritor entrena el ojo interno sol tras sol para alimentar esa visión: para que nuevas costas del mundo aparezcan por el costado de la costura. Los esfuerzos más formidables alcanzan, como el Hubble en su observación de la estrella de Earendel y su difusa luz primitiva de bohío remoto, a atisbar las puntadas, que ya es mucho.

Mi correo: juandtorresd@gmail.com

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