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Costas extrañas

Versos para remar hacia la muerte

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J. D. Torres Duarte
28 de julio de 2021 - 05:00 a. m.
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En los años en que los poetas agitaban algo más que el polvo antiguo de un salón sin público, Alfred Tennyson ocupó el puesto más alto que podía ocupar cualquier ebanista de versos: durante casi toda la segunda mitad del siglo XIX, ungido por la reina Victoria, fue el poeta laureado del Reino Unido: el cantor mayor del imperio. Tennyson y su título están convertidos ahora en huesos, mientras que el imperio también. Pero sus poemas persisten, muchas veces recitados sin que se sepa quién los puso juntos, camuflados en el alma general como la sal disuelta en el agua. Sus poemas son la prueba irrefutable de que la tinta concibe criaturas más longevas y robustas que las del plomo.

Su poema más popular es Ulises, publicado en 1842 (aquí en el original inglés, aquí en español). Está escrito en versos blancos, desprovistos de rima pero obedientes al compás del pentámetro yámbico, con algunas variaciones para atajar la monotonía. El poema alimenta la tradición del monólogo dramático, que también Robert Browning amoldó a su antojo en My Last Duchess y Soliloquy of the Spanish Cloister.

El que habla es Ulises, rey de Ítaca. Tras el cruce de espadas en Troya y un viaje dilatado por las fuerzas del Olimpo, Ulises ha vuelto a su hogar y retomado su cetro. Pero no parece satisfecho. Así comienza el primer bloque de versos (la traducción es del profesor Randolph Pope): “De nada sirve que viva como un rey inútil / junto a este hogar apagado, entre rocas estériles, / el consorte de una anciana, inventando y decidiendo / leyes arbitrarias para un pueblo bárbaro, / que acumula, y duerme, y se alimenta, y no sabe quién soy”. Su insatisfacción lo empuja a rememorar los años del fragor: “He bebido el placer del combate junto a mis iguales, / allá lejos, en las resonantes llanuras de la lluviosa Troya” (por cierto, ¿cómo resuena una llanura, the ringing plains?). Encuentra que es despreciable permanecer quieto, sin mar por navegar ni horizonte por rebasar.

Entonces Ulises resuelve aventurarse de nuevo al mar, partiendo las aguas con los remos del azar. En el segundo bloque (al parecer recitado ante el consejo real: el narrador del poema cambia de escenario y de público sin advertirlo) presenta a Telémaco, su hijo, como nuevo gobernador del reino (“tiene el criterio para triunfar / en esta labor, para civilizar con prudente paciencia / a un pueblo rudo”). En el tercer y último bloque, dirigiéndose ahora a sus marineros y estudiando el ancho mar, Ulises compone un llamado de ánimo y coraje para invitarlos a embarcarse, al filo de la muerte, en un último largo viaje: “Me propongo / navegar más allá del poniente y el lugar en que se bañan / todos los astros del occidente, hasta que muera”.

Esa es la sucesión de eventos en el poema. Pero quisiera detenerme en algunas secciones para examinar su tratamiento, el modo en que convierten meros hechos en poesía, y especular sobre sus efectos.

La primera decisión poética de Tennyson reposa en el metro: el pentámetro yámbico (cinco parejas de sílabas suaves y fuertes por verso, baBAM, baBAM, baBAM…) suena a marcha, a rigurosa progresión, a constante ascenso. Es el metro preciso para contar la historia de un hombre que, asediado por la perspectiva pobre de la inercia, busca emprender una aventura: evoca el ritmo mesurado de los remos surcando el mar, de cierto bajar y subir sobre las olas, y del corazón de Ulises, que va y va con su atado de memorias sobre proa y popa.

Eso es evidente en estos versos (marco sus acentos en itálicas): “How dull it is to pause, to make an end, / To rust unburnish’d, not to shine in use!” (“¡Qué fastidio es detenerse, terminar, / oxidarse sin brillo, no resplandecer con el ejercicio!”). Leídos en voz alta, los versos ascienden y ascienden en su afán declamatorio y feliz como un camino de montaña. El poema trota en busca de una cima o de un horizonte: “Formo parte de todo lo que he visto; / y, sin embargo, toda experiencia es un arco a través del cual / se vislumbra un mundo ignoto, cuyo horizonte huye / una y otra vez cuando avanzo”. Ese último verso en inglés va así: “For ever and forever when I move”. Da la sensación palpable de que ese horizonte se aleja y se aleja puesto que el acento se corre y se corre: al ganar la cima de un acento ya se vislumbra la siguiente, como una gorda ola de mar que se hincha sólo para anunciar otra más gorda.

Ulises armoniza, entonces, forma y contenido. Ocurre, sin embargo, una tensión: mientras que los versos están bien medidos y expresan simetría y ánimo, el contenido es el lamento nostálgico, medio inconforme, medio desdichado, medio desencajado, de un aventurero que ahora se ve amarrado a los compromisos sin esperanza de una silla real. El poema es como un payaso triste. Es como si, a pesar de las afugias de su espíritu, Ulises se contuviera y buscara domesticar su mar congestionado. El metro poético puede ser una extensión de la dignidad, del buen perder.

La tensión, en este caso irónica, se manifiesta en el segundo bloque, cuando Ulises le entrega el reino a Telémaco. Una tras otra, Ulises resalta las cualidades de su hijo para el buen gobierno de las almas groseras que pueblan Ítaca; al mismo tiempo resalta, sin hacerlo explícito, todo aquello de que él, marinero en tierra, es incapaz. Dice que Telémaco “es del todo impecable” (blameless: sin culpa), “dedicado completamente a los intereses comunes” y tan decente como para prosperar en “los oficios de la ternura”; por lo tanto, Ulises no está dispuesto para el amor, ni para el bien público, ni para exhibir un corazón libre de culpa: su corazón es disoluto, sus linderos son los del mar, su espíritu carga penas. Parece burlarse del trabajo del rey mientras en apariencia, con el enérgico metro del verso, lo alaba. Parece decir entre versos: “Aquí, pueblo basto, les entrego al rey que tanto anhelan; yo, entre tanto, me adentro en la mar, el único lugar que importa en la tierra toda y el único por el que vale la pena morir”. Y todo con esa reservada elegancia de pentámetro yámbico…

Al contrario (¿lo contrario de la ironía es la solemnidad?), en el tercer bloque Ulises escruta el puerto con ojos épicos: cada barco en esos versos parece hecho de pulidos entablados de heroísmo e hinchadas velas de coraje.

Allí aparece la vejez superpuesta en la caída del sol: “Las estrellas comienzan a brillar sobre las rocas: / el largo día avanza hacia su fin; la lenta luna asciende; los hondos / lamentos son ya de muchas voces”. Allí aparece la esperanza ineludible del último minuto: “La ancianidad tiene todavía su honra y su trabajo” (“Old age hath yet his honour and his toil”) y “No es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo” (“‘T is not too late to seek a newer world”). Y al cabo de una ascensión sin pausa, donde el metro no sufre ninguna variación sino que cumple con su destino de vasta rampa de despegue, cierra con estos versos: “[...] a pesar / de que no tenemos ahora el vigor que antaño / movía la tierra y los cielos, lo que somos, somos: / un espíritu ecuánime de corazones heroicos, / debilitados por el tiempo y el destino, pero con una voluntad decidida / a combatir, buscar, encontrar y no ceder”.

Es sorprendente el modo en que Tennyson transita de la ironía del segundo bloque a la solemnidad del tercero, que inspira por sus acentos y sus palabras (“One equal temper of heroic hearts” y “To strive, to seek, to find, and not to yield”) a despedirse de los deberes forzosos y a labrarse un camino, sin importar si los tobillos se tronchan y hace mal tiempo. Tennyson sabe moldear una forma (además muy tradicional: desde Shakespeare el pentámetro yámbico gobernaba el verso inglés) para que produzca varios efectos y abarque sin jadear toda la experiencia de un hombre que, en el declive de su vida, añora un noble lance de clausura.

CODA

Los lectores hicieron varias recomendaciones sobre literatura japonesa en la columna pasada: Soy un gato de Natsume Soseki, Confesiones de una máscara de Yukio Mishima, La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata, las obras de Hiromi Kawakami y Espantos japoneses de Lafcadio Hearn. Hoy les traigo otra recomendación: este podcast de tres entregas con Tomás González, un escritor que está muy cerca de los japoneses. También hay otro con Irene Vasco, gran escritora de libros para niños y jóvenes (es decir, para todos los buenos lectores).

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Julio(23169)29 de julio de 2021 - 09:44 a. m.
Lo contrario de la ironía no es la solemnidad. La prueba está en que se puede ser solemnemente irónico; de hecho, la solemnidad es quizás el más bello empaque de la ironía. Y esto es así porque la solemnidad es, ante todo, forma; en tanto la ironía es, ante todo, fondo.
Esteban(36704)28 de julio de 2021 - 02:15 p. m.
Irene Vasco es una escritoraza. Me encantaría leer sus opiniones sobre su obra, querido Torres Duarte. Gracias plenas y abrazos totales. Esteban Carlos Mejía, alias Bancho
horacio(76762)28 de julio de 2021 - 02:00 p. m.
Hubo otros Ulises que no han merecido la atención ni recibido los cantos y poesías del griego.Colón, Vasco de Gama,Magallanes,etc.Fueron mas allá del Mare Nostrum y se aventuraron por el Mare Tenebrosum.Hizo falta un Homero y después un Tennyson.Estaré equivocado? o no se lo merecen como el griego?
hernando(26249)28 de julio de 2021 - 02:00 p. m.
Buena sustancia y buen formato pedagógico.
Gines(86371)28 de julio de 2021 - 12:25 p. m.
Muy elaborada su columna sobre Tennyson estimado J.D. La dificultad que es mi caso, estriba en el desconocimiento de la métrica. Uno lee poesía conmoviéndose (mi caso) sin tener en cuenta la métrica repito. Saludos.
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