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Colombia y Perú están cerca de entrar en un conflicto por la isla Santa Rosa, ubicada en territorio del Perú. Aun cuando la repartición de los territorios ya había quedado definida en el tratado Salomón-Lozano, firmado en Lima el 24 de marzo de 1922, que estableció la línea fronteriza entre ambos países.
Este tratado dio a Colombia la orilla izquierda del río Putumayo y el Trapecio de Leticia, mientras que a Perú le asignó el Triángulo San Miguel-Sucumbíos. El tratado se firmó hace ya 103 años y establece de manera clara que la isla Santa Rosa pertenece al Perú.
Una guerra entre ambos países sería legalmente rebatible: tanto Colombia como Perú pertenecen a organizaciones internacionales como la OEA y la ONU, que prohíben recurrir a la fuerza y promueven soluciones pacíficas. Existen también tratados bilaterales, como el de Río de Janeiro, que obligan a agotar mecanismos de arreglo antes de cualquier confrontación.
Si Petro quiere hacer la paz con la guerrilla, los paramilitares y los narcotraficantes, debería ser relativamente fácil respetar lo estipulado y firmado por el Estado colombiano. Si tiene una versión diferente y su espíritu no es conciliador, pues con mayor iría a un conflicto con un país amigo.
Claro, hoy no existe una guerra y ojalá no suceda, primero por las vidas humanas que se perderían y además porque sería bastante oneroso. Igualmente, una guerra no exime al presidente de convocar elecciones presidenciales.
El artículo 192 de la Constitución colombiana establece que la elección presidencial corresponde ejecutarse el último domingo de mayo del año en que concluye el ciclo presidencial, y no contempla ninguna excepción por situaciones de guerra.
Es clarísimo que este gobierno no puede alterar las elecciones, pero sí generar una guerra y así justificar su ineficiencia para ejecutar el presupuesto, gobernar y evitar que los grupos ilegales se tomen cada día más territorio.
Sobre este conflicto, y con lo que nos ha demostrado hasta ahora, culparía a la oligarquía y a otros, pero su ineptitud siempre sería atribuida a alguien más, nunca a él.
Es triste: en el primer año de Duque, en portada de la revista Semana apareció el título “El año de aprendizaje”. Cuando un ciudadano vota, se supone que un mandatario tiene la habilidad de resolver los problemas que enfrenta. Duque no la tenía, y Petro tampoco.
Es decir, estos eventos con el Perú, el conflicto interno, el gran déficit fiscal que asumirá quien gane las elecciones y tantos otros, son reales y es necesario enfrentarlos, no olvidarlos como pretende el gobierno actual.
