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Adiós, Óscar

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Jaime Arocha
01 de marzo de 2016 - 02:00 a. m.
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En el trancón de la noche del 23, la conversación fue sobre mi seminario “Aportes afrodiaspóricos”.

Había rememorado una noche de 1983, en el entonces Museo de Arte Religioso del Banco de la República. Manuel Zapata había organizado un ciclo de conferencias sobre la religiosidad de la gente negra, y mientras comenzaba el evento, con Nina de Friedemann aprovechamos el rato para conversar con el poeta Óscar Maturana sobre unos borradores de lo que más tarde sería el libro De sol a sol. Génesis, transformación y presencia de los negros en Colombia. Se referían a los imperios africanos que existían desde antes de la trata. Maturana tenía 27 años y expresaba indignación porque el sistema educativo lo había privado de conocimientos a favor de su dignidad: civilizaciones complejas con arquitectura monumental como la de las mezquitas de Malí, centros de saber comparables a los europeos de la misma época e intrincadas rutas de comercio transahariano. Cuando recordaba que para el lanzamiento de uno de sus libros, Bolívar y el despertar negro, Óscar había hecho volar por los aires un ejemplar, entró una llamada de su amigo Rudecindo Castro: “Jaime, Óscar Maturana acaba de morir. El entierro es mañana en Istmina”. En medio de la turbación y de los bocinazos de los carros, sentí que con la originalidad de su ser, de esa manera él había escogido despedirse de mí.

Después de aquel encuentro en la que hoy se llama Casa Republicana, en mayo de 1992 volví a ver Óscar en el malecón de Quibdó. Estaba con Rudecindo y Pastor Murillo, otro miembro fundador del ya disuelto capítulo chocoano del Movimiento Nacional Cimarrón. Me pidieron que les diera mi visión sobre el etnodesarrollo. Pastor opinó que eso era lo que ellos necesitaban para encarrilar los derechos que el artículo transitorio 55 de la nueva Constitución ya les reconocía a los afrocolombianos, en tanto que Óscar se lamentó de que esa noción tan sólo cobijara a los indígenas. ¿Por qué ese desbalance? Contesté que para antropólogos y abogados existía la ecuación etnia = indio, y que tomaría tiempo que incluyera a la gente negra.

Hoy, luego de los años que han transcurrido desde la reforma constitucional de 1991, constato la persistencia de esa asimetría étnica. Medios como Hora 20 han acogido la inquietud de los pueblos indígenas porque los resguardos del Cauca y del Chocó puedan quedar acorralados por los terrepaz que proponen las Farc para concentrar a sus miembros a medida que se desmovilicen. Sin embargo, esos mismos medios poco han aireado la expectativa equivalente que han expresado consejos comunitarios y organizaciones de comunidades negras, inclusive amplificada por senadores demócratas del Congreso de Estados Unidos, con ocasión del encuentro entre los presidentes Obama y Santos. En el mismo seminario en el cual evoqué al poeta Maturana recordé la introducción que la historiadora Enriqueta Vila Vilar le hizo a la edición de 1992 del Tratado de la esclavitud del jesuita Alonso de Sandoval, maestro de san Pedro Claver: a lo largo del siglo XVII circulaba el siguiente proverbio: “Mirar de soslayo a un indio es golpearlo, golpearlo es matarlo, golpear a un negro es alimentarlo”. En su adiós, Óscar Maturana me recordó la larga duración del racismo y que, para demolerlo, urge no bajar la guardia.

* Miembro fundador Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.

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