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ANTES DE NAVIDAD LOS MEDIOS DIvulgaron el informe de la Organización Nacional Indígena de Colombia sobre los 35 pueblos indígenas en riesgo de desaparecer, muchos de cuyos miembros acusan desnutrición severa, la cual, en el caso del Chocó, afecta al 90% de los niños, donde, además, la mortalidad infantil ascendió a 63 por cada mil nacidos.
Días antes, los obispos del Pacífico habían lanzado la “Carta Pastoral Tierra y Territorio Don de Dios para la Vida”, debido a que no han cedido las amenazas contra los territorios ancestrales de afrodescendientes e indígenas por la exploración de hidrocarburos, la minería del oro y los cultivos para producir biocombustibles, con los megaproyectos viales y portuarios que se consideran necesarios. Teniendo en cuenta que, además, buena parte de la cartografía de esos pueblos étnicos coincide con la del actual desastre invernal, es posible que esos indicadores se estén agravando y que urja la adopción del Plan Estructural de Emergencia propuesto por miembros de la Comisión de Seguimiento a la Política Pública sobre Desplazamiento Forzado, así como la implantación de programas como el de “Quilombos de las Américas: Articulación de Comunidades Afrorrurales”, cuyo eje es la seguridad alimentaria y una de cuyas entidades promotoras es la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), con una agenda dentro de la cual sobresalen las comunidades afrocolombianas y sus organizaciones.
El programa que menciono fue lanzado el 30 de noviembre de 2010, en Salvador Bahía (Brasil), y debe llevarse a cabo en Panamá, Colombia, Ecuador y Brasil. Aúna los esfuerzos del impresionante conjunto de agencias que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva puso en marcha para erradicar el racismo y lograr la inclusión real de los afrobrasileños, como la Secretaría de Políticas de Promoción de Igualdad Racial y la Coordinación de Articulación de Comunidades Negras Rurales Quilombolas. Esas agencias confluyen en el Programa Brasil Quilombola, cuya denominación equivaldría a la de Colombia Cimarrona, asumiendo que aquí hubiéramos avanzado tanto como allá en la identificación del movimiento cimarrón con respecto no sólo a la resistencia basada en aldeas fortificadas o palenques, sino a las religiosidades militantes a favor de la liberad o a la automanumisión, ejercicio más que todo femenino de acumulación subrepticia y lenta de granitos de oro para pagarle al amo la suma que éste le entregó al tratante y así obtener la respectiva carta de libertad.
En esa inauguración, la delegación brasileña casi toda estuvo compuesta por lideresas de quilombos rurales y urbanos, incondicionales con la salvaguardia de la autonomía de sus comunidades y con la erradicación de las denominaciones “parda” y “mulata” porque dentro del imaginario nacional diluyen la raíz africana por cuya defensa han luchado a lo largo de sus vidas. Denunciaron los riesgos que enfrentan las agriculturas ancestrales por la expansión agresiva de monocultivos industriales de soya y eucalipto. La firmeza de ellas guiará el diagnóstico sobre la sostenibilidad ambiental y humana de la cual son capaces los sistemas ancestrales de producción agropecuaria, como cimiento de esa iniciativa subcontinental. Uno esperaría que esas cualidades figuraran dentro del mencionado Plan Estructural de Emergencia, como alternativa al modelo de desarrollo imperante basado en la deforestación para el monocultivo de palmas y pastos. Estudiosos como Alfredo Molano están demostrando que esa es la alternativa causante de la debacle humana y ambiental que vivimos hoy.
* Director Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional
