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A la gente afrodescendiente le atribuyen una incapacidad atávica para organizarse.
En su estudio clásico sobre la familia en Colombia, la antropóloga Virginia Gutiérrez de Pineda consideró que la gente negra ostentaba un desorden y falta de moral innatos, mientras que en su libro Identidades a flor de piel la socióloga francesa Elizabeth Cunin resaltó que hace casi 20 años, en reuniones fundamentales para la consolidación de las organizaciones de la región Afrocaribe, en lo único que los líderes se ponían de acuerdo era en la hora del almuerzo. Y si se trata de comparar el movimiento indígena con el afro, que entre el diablo y escoja: la eterna protagonista es la permanente disidencia interna de las personas negras, así sea evidente que desde finales del siglo XVIII los primeros hayan sido objeto de interés científico y solidario, mientras los segundos sigan siendo invisibles para la academia e irrelevantes para muchas agencias humanitarias.
Sin embargo, una cosa es la desorganización y otra la diversidad de maneras de organizarse. Recuperar las tierras de una hacienda por parte de pueblos indígenas como los nasas es impensable sin la acción colectiva y masiva. Pero si el propósito de la insurgencia era escapar de una mina de oro en un río del Pacífico, primó la iniciativa individual. En ese sentido parece lógico que el héroe de la rebeldía esclava haya sido Ananse, la araña mítica nacida en Ghana. Sola teje su casa, de la cual se vale para atrapar a las presas que se come y al padre de sus hijos que sacrifica en la noche nupcial. Para las fábulas que la ensalzan, apela a su astucia y al engaño para derrotar al Tío Tigre y a otros enemigos mucho más poderosos que ella. Dentro de esa historia de búsqueda de la libertad, la formación del grupo disidente parecería haber sido una instancia posterior a la de la huida individual.
He pensado en este contexto del pasado a propósito del éxito de la Selección Colombia. De ser cierta la tesis de la desorganización congénita de la gente negra, ¿cómo no registramos su más estruendoso fracaso? Al fin y al cabo 15 de sus 23 jugadores son de ascendencia africana. Quizás sea que el director técnico José Pékerman sí comprendió ese tránsito entre la acción personal y la grupal, al hacer explícitas sus ya muy citadas lecciones de que “Podés elegir correr solo o trabajar en equipo, y llegar lejos. [O de que…] Antes de empezar a competir le tenés que ganar al ego más grande de todos, que es el tuyo”.
De los logros del conjunto de Pékerman nace la esperanza de que el mundo de las reglas por fin derrote al del todo vale. Sin embargo, aun están cerca los días cuando, sin quitarse saco y corbata, el profesor de literatura dictaba su clase de “gimnasia” exigiendo tres flexiones, y mirando para el otro lado mientras los héroes del equipo A convertían la cancha en espacio de trampas y matoneo. Para que la pedagogía de la competencia pulcra llegue a derrotar la contraria, tendrá que ser cimiento de la reforma educativa que todos añoramos y que no puede reducirse al logro de puntajes elevados en pruebas como las PISA. De esa manera podrá ser paradigma de la cotidianidad, los negocios y la política.
Jaime Arocha *
