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Aplausos, lealtad y totalitarismo

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Jaime Arocha
07 de octubre de 2025 - 05:00 a. m.
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Al primero en dejar de aplaudirle a Josef Stalin se lo llevaron para un gulag o campo de concentración, dónde estuvo preso diez años. Terminaban los años de 1930, cuando hubo una concentración cerca de Moscú. Pasados once minutos, ya extenuados, el resto de manifestantes siguió el ejemplo de quien se había arriesgado a bajar sus manos y que lo ficharan los agentes secretos de la NKVD. Si esos espías hubieran dispuesto de los actuales dispositivos de video e inteligencia artificial, habrían tenido grabaciones precisas de lo desleales que aquellos congregados habían sido con Stalin. Muecas de desprecio y hastío que ocasionaba la ostentación del apoyo hipócrita a la cual habían sido forzados.

Por medio de la inteligencia artificial, hoy el presidente Donald Trump emula al estalinismo con su propia versión para medir la sumisión. Con el visto bueno de los multi-billonarios de la tecnología y los medios de comunicación de masas, él ya puede aplicar los algoritmos que ellos han perfeccionado para registrar cualquier cambio emocional y de esa manera —por ejemplo— cuantificar la devoción de los generales a quienes él y el secretario de Guerra convocaron en Quántico (Virginia) el pasado 30 de septiembre. Les informaron que la derrota de enemigos de otros continentes sería menos prioritaria, a no ser que se tratara de carteles latinoamericanos de la droga, ya catalogados como terroristas. La guerra más bien se librará en la frontera sur para controlar la inmigración ilegal, así como en las metrópolis cuyos alcaldes demócratas dizque han sido incapaces de controlar la criminalidad. Inclusive, en plazas y parques la Guardia Nacional podría adiestrarse en algo que poco ha hecho, el combate urbano contra el enemigo interno. Fueron magros los aplausos; pocas las risas y sonrisas que causaban los chistes del mandatario. De ahí que expresara: “Yo nunca antes había entrado a un recinto tan silencioso…y si quieren aplaudir, aplaudan. Y si no quieren hacer nada, no hagan nada…” (mi traducción)

Difícil imaginar que llegue a ser así de tolerante quien ha hecho gala de vengador implacable. Durante y después del funeral del líder ultraconservador Charlie Kirk, asesinado el pasado 10 de septiembre, ha dispuesto que la inteligencia artificial ayude a dar cuenta de la intensidad del dolor manifestado. A quienes los algoritmos identifican como de tibios, el presidente no duda en encasillarlos en la extrema izquierda o el comunismo y amenazarlos con todo el poder de lo que para él es la ley. A fin de lograr esas aplicaciones de la inteligencia artificial se apoya en la maraña perversa que forman poder político, potencia tecnológica y megarriqueza, además de ese fundamentalismo cristiano para el cual todos los palestinos son terroristas cuyo combate justifica el genocidio gazatí. Hoy santificado, aquel líder caído fue pionero en valerse de la digitalización para perfeccionar las listas negras que el macartismo naturalizó durante los años de 1950. Incluyen intelectuales, universitarios, maestras de colegio, defensores de derechos civiles y opositores a la política de deportación de inmigrantes catalogados arbitrariamente como delincuentes. A todos ellos, la derecha que Kirk encarnó busca aterrorizarlos por medio de la difamación. ¿Los acallarán? Si Trump y los bots que lo acolitan logran esa meta, le será más expedito afianzar su versión de un pasado grandioso con supuestos esclavistas benevolentes, pueblos originarios respetados, pero sin mujeres autónomas proaborto, ni migrantes latinos o asiáticos, ni seguridad social o vivienda para las comunidades negras, ni gays, ni trans, ni personas queer. Ya en masa los dolientes de Kirk, fanáticos de MAGA (Make America Great Again), hicieron explícito el propósito de fusionar al Estado totalitario con los evangelios, la supremacía racial blanca y la hegemonía cultural del llamado Occidente. Semejante ambición vuelve a recordar a Orwell, quien en los años de 1940 ya había expresado que “…el totalitarismo requiere la continua alteración del pasado, y a largo plazo, es probable que implique descreer en la propia existencia de la verdad objetiva” (mi traducción de palabras de Orwell que aparecen en un tráiler de la película 2 más 2 igual 5, a cuyo director, Raoul Peck entrevistó Amy Goodman de Democracy Now).

Aquí en Colombia tenemos un precandidato presidencial que optimiza el uso de los algoritmos para ambientar la importación del autoritarismo que idolatran los extremistas de MAGA. Algunos no toman en serio la precandidatura de Abelardo de la Espriella, pero hace poco Andrés Caro escribió que hasta votaría por ese cuestionado abogado para torpedear las aspiraciones de Iván Cepeda. Es sorprendente que un opinador con semejantes blasones académicos manifieste esa inclinación. Ojalá el presidente Petro tome en serio tal tendencia, y así modere tanto el uso de los medios públicos y bodegas pagas para el aplauso digitalizado, como la agresividad extrema con la cual descalifica por X a sus contradictores. Persistir en esas conductas es ampliarle al totalitarismo sus opciones futuras.

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alfonso Lopez Diaz(9763)08 de octubre de 2025 - 01:07 a. m.
Excelente análisis para reflexionar.
leunamuno(9808)07 de octubre de 2025 - 06:34 p. m.
El odio encarnado en el fascismo, como sansón puede derribar los enclenques muros humanos.
H. Callejas(4167)07 de octubre de 2025 - 02:38 p. m.
Petro era el candidato de Duque, ahora pararece que De la Espriella es el candidato de Petro, devolviendo favores, de extrema en extrema.
H. Callejas(4167)07 de octubre de 2025 - 02:19 p. m.
"A quienes los algoritmos identifican como de tibios", el presidente de Colombia "no duda en encasillarlos en la extrema derecha", es solo cambiar un nombre y la frase es perfecta, dictadorzuelos de pacotilla tanto aquí como alla.
Jesús Vargas Zapata(0u41y)07 de octubre de 2025 - 12:58 p. m.
Las condiciones generan simultáneamente ambos sentimientos.
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