HACE 40 AÑOS, EL ANTROPÓLOGO Norman Whitten demostró que la gente del Afropacífico ideaba su cultura en respuesta a la sucesión de dos tendencias opuestas en lo tecnológico y económico: auge y depresión.
Ambas dependían del surgimiento o caída en la demanda global de metales preciosos, maderas finas, recursos marítimos, entre otros. Hoy a todos los afrocolombianos los afectan esas fuerzas contrarias, las cuales ocurren simultáneamente e involucran nuevos ámbitos como el de los patrimonios simbólicos.
La difusión de estos últimos tendrá uno de sus puntos culminantes entre el 20 y el 25 de mayo, cuando el Ministerio de Cultura lance La Biblioteca de Literatura Afrocolombiana. Ésta consistirá en otra celebración del Bicentenario de una Independencia que aún no nos libera del racismo colonial. Incluye 19 títulos de 8.000 ejemplares cada uno, los cuales serán distribuidos “(…) de forma gratuita en las comunidades afrocolombianas, las regiones del país, colegios, redes de bibliotecas públicas y educativas, casas de la cultura, centros de investigación y universidades del exterior, entre muchos otros (…)”. Agrega la página web que “La edición general (estuvo) a cargo de Roberto Burgos Cantor y en la coordinación estuvieron Alfonso Múnera Cavadía, Alfredo Vanín, Rafael Díaz y Darío Henao Restrepo”. De esta manera, la gente negra, afrocolombiana, palenquera y raizal vivirá un auge merecido e inédito en la propagación de la obra de sus cultores y cultoras de novela, poesía y ensayo social e histórico.
Por su parte, la depresión quedó retratada el pasado 11 de abril, cuando diez consejos comunitarios, dos cabildos indígenas, una asociación de mujeres piangueras y otras cuatro organizaciones mayores expidieron la Declaración de Buenaventura referente a “(…) la emergencia social de nuestras comunidades debido al ecocidio que se viene perpetrando contra nuestras selvas, ríos y manglares, empobreciendo la diversidad de la vida, contribuyendo a la extinción de muchas especies animales y vegetales, desarraigándonos de nuestros territorios ancestrales y poniendo a nuestras comunidades al borde del etnocidio”.
La Declaración se refiere a infortunios tan concretos para esa región-territorio, como el de las 300 retroexcavadoras que —sin control gubernamental alguno y en medio de la violencia— horadan las orillas de río Dagua en busca de oro. No obstante, bastaría con meterle al documento nombres como los de San Juan o Guapi e identificar la tragedia que vive la gente de todo el Afropacífico, donde los líderes de los pueblos étnicos no dejan de enfrentar amenazas de muerte o conforme con lo expresado en la columna pasada, las fumigaciones de glifosato tienen efectos irreversibles sobre selvas, ríos y sistemas agrícolas.
En este sentido, los colombianos están ante la opción de votar para no dar un paso atrás a favor de esas formas de exaltación patrimonial que se han usado para disimular la gravedad de ecocidios y etnocidios o jugársela por alternativas que eximan a la existencia de los pueblos negros, afrocolombianos, pelenqueros y raizales de las tensiones opuestas de auges y depresiones.
* Grupo de Estudios Afrocolombianos Universidad Nacional