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Hubo un 8 de diciembre cuando la comunidad de El Hormiguero no le hizo balsada a la Virgen de la Inmaculada.
El año siguiente fue de hambruna por la poca arena que la gente le sacó al río Cauca. De ahí que en 2011 los areneros protestaran porque la CVC tratara de impedir la procesión acuática, alegando que el río bajaba muy alto. Pese a la advertencia, a las diez de la mañana varias jóvenes del pueblo comenzaron a decorar la embarcación que llevaría la imagen venerada, y dos horas más tarde, cuando esa barcaza llegaba a Las Delicias, la presidenta del Consejo Comunitario, doña Nelly Guapacha, perifoneaba que la santa patrona les había dado un sol radiante, gracias al cual participaron seis lanchas más, cuyos tripulantes se divertían echándose agua. Músicos negros con gorritos de Papá Noel tocaban melodías inaudibles por el ruido de los motores diésel que impulsan esas enormes barcas de lámina de hierro para minear arena de río.
Muchos areneros descienden de quienes fueron esclavizados en la hacienda Cañasgordas. Hace 61 años cultivaban unas fincas parecidas a las que desde el siglo XVIII creaban libertos en Guachené y otros lugares de la zona plana del norte del Cauca para ejercer la autonomía que ganaban huyendo de la esclavitud. Sin embargo, en Hormiguero los flujos y reflujos del río permitieron complementar esas economías agrícolas con las de la pesca. Que irían desapareciendo desde 1950 por la canalización del río Lilí para desecar humedales y madreviejas. En los años de 1980, la construcción de la represa de La Salvajina para controlar inundaciones les daría el toque de gracia a los pescadores. La hecatombe siguiente la ocasionarían las avionetas que volaban fumigando la caña de azúcar y acabando con café, plátano y frutales que cultivaban los campesinos. Hoy, por los subsidios que el Estado les ofrece a los terratenientes, los cañaduzales avasallan todas las veredas. La situación es tan crítica que a lo largo de la procesión de la última novena a la Inmaculada, el padre Carlos Rivadeneira oró para que cesara la expansión de los monocultivos que tanto desplazamiento han ocasionado. De ahí que, con el apoyo del antropólogo Daniel Varela, el consejo comunitario haya elaborado cartografías sociales para que el Ministerio del Interior examine el caso y salvaguarde a los hormiguereños del sometimiento final. Falta que la Alcaldía de Cali no insista en oponerse a este reclamo popular.
El telón de fondo de este drama consistía en una representación ofensiva del régimen señorial vigente: aristócratas caleñas aceptaron que la revista española Hola fotografiara a dos de sus empleadas negras cargando vajillas de plata, en actitud pasiva y ocupando un segundo plano para que hicieran parte del decorado de la mansión. Entre tanto, las oligarcas blancas llenaban el plano principal con poses de pasarela. La prensa las exoneró de racismo por la labor social que desempeñaban al generar el empleo que dizque evidenciaba la foto. No cabe duda de que el porvenir es incierto, pero también de que el consejo comunitario no desfallecerá en el logro de las reivindicaciones de la comunidad de El Hormiguero.
Termino esta columna con el vacío que deja la muerte de Álvaro Camacho Guizado, amigo y maestro.
