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Tecnofeudalismo: Concepto que acuñó el economista Yanis Varoufakis para describir un sistema socioeconómico basado en enormes corporaciones tecnológicas, cuyos ejecutivos actúan como “señores feudales”. Dueñas de plataformas y nubes, concentran poder, controlan datos y convierten a sus usuarios en siervos digitales que les trabajan gratis cuando acceden a los servicios que ellas ofrecen y hoy son indispensables.
Pertenezco a la burbuja de la inconformidad y la crítica. Podcasts como los de las conversaciones pendientes que Juan David Correa Ulloa sostuvo con María Elvira Samper, Patricia Lara, Ramón Jimeno y Gonzalo Guillén develaron la infinita mezquindad de la cual hicieron gala nuestras élites a lo largo de los dos grandes traumas de noviembre de 1985, la demencial Toma del Palacio de Justicia por el M-19 (noviembre 6 y 7) y la avalancha de Armero (noviembre 13). Logrado cinco años antes, el robo de armas en el Cantón Norte del Ejército había sido otra misión que acreditaba la osadía de esa guerrilla y una irresponsabilidad mayúscula por la cual pagarían muchos colombianos que nada tenían que ver con la insurgencia. En efecto, esa acción acicateó al presidente Julio César Turbay Ayala (1979-1982) para imponer el estatuto de seguridad, cuyo empoderamiento de las Fuerzas Armadas fue comparable al que habían alcanzado las de Argentina o Chile en tiempos de las dictaduras. De ahí la insidia con la cual las tropas se fueron contra la gente que clasificaron como enemiga interna, inferiorizada hasta en lo racial, para convertirla en sujeto capturable, torturable, desterrable y desaparecible y que una meta de ese estatuto consistiera en el aniquilamiento del movimiento indígena cuya consolidación era evidente a comienzos del decenio de 1980.
A lo largo de la retoma del Palacio de Justicia y del robo de niños víctimas de la tragedia de Armero, fue inocultable cómo con un Estado debilitado, esas élites contrapusieron el fortalecimiento del sector privado, auspiciante no solo del partido de fútbol mediante el cual la ministra de Comunicaciones, Noemí Sanín, quiso impedir que las miradas se concentraran en la masacre de magistrados y guerrilleros, sino también del reinado de belleza televisado para ocultar el negacionismo del ministro de Minas, Iván Duque Escobar, frente a la abundante información científica que permitía predecir que el nevado del Ruíz estaba próximo a erupcionar y causar el alud que sepultó a la ciudad de Armero y a 30.000 de sus habitantes. A pocas semanas de ese 13 de noviembre, la administración del presidente Belisario Betancur le delegó al empresariado la reparación de las víctimas de la catástrofe, incluyendo la fraudulenta construcción en Soacha de las enclenques y mínimas viviendas del barrio que —con pompa mediática— Pedro Gómez, urbanizador y especulador de tierras, bautizó como Resurgir.
Tal preferencia llevó a la adicción de las élites por la privatización de funciones y servicios del Estado y por el extractivismo de petróleo, carbón y oro. La crítica al neoliberalismo que ellas afianzaron desde los años de 1990 le da uno de sus sentidos más relevantes a la burbuja crítica. No obstante, para divulgar su pensamiento, cada vez más depende de los “posts” y podcasts del feudalismo tecnológico.
En su libro Nexus (2024, Debate), Harari muestra cómo nos vigilan nubes y plataformas. Los celulares registran gestos, ademanes y dilatación de nuestras pupilas. Y aún si desconectamos el video, en el audio quedan cambios en la entonación de voz por estremecimientos de tristeza o alegría, por lo cual las emociones salen de la esfera individual hacia la pública y, dentro de ella, las inteligencias artificiales de X o Meta identifican los patrones reveladores de maneras de ser, conductas y hasta añoranzas.
Si bien las redes de información permitieron una mejor comprensión de las dos grandes crisis de noviembre de 1985, también contribuyeron al desmedido y ya cotidiano enriquecimiento de Elon Musk, Mark Zuckerberg y demás billonarios, soportes fundamentales de esa autocracia trumpiana a la cual idolatra nuestra derecha. Inmersos en ese aplastante tecnofeudalismo, los influenciadores, ¿a qué estrategias tendrán que apelar para profundizar la crítica a esta versión recargada del neoliberalismo e imaginar regímenes que puedan reemplazarlo?
Nota 1. De los puertos ecuatorianos y colombianos zarpan barcos bananeros dentro de cuyos contenedores viaja cocaína camuflada. No son blanco de la armada gringa porque sus millonarios dueños gozan de legitimidad ante el gobierno del presidente Donald Trump, según le informó a Amy Goodman el excanciller ecuatoriano, el Guilaume Long (ver Democracy Now del 22 de octubre de 2025).
Nota 2. De acuerdo con un informe de Vorágine, entre los vecinos de La Pradera Potosí están encopetados políticos, candidatos presidenciales y empresarios de la élite nacional. De las aguas que deja escurrir la vegetación que rodea a La Calera, monopolizan más metros cúbicos por segundo que los ya excesivos de Coca-Cola. Así no sufrieron los racionamientos que sí afectaron a los bogotanos y al campesinado circundante. Por si fuera poco, esos privilegiados se valen de fuentes subterráneas para irrigar campos de golf y llenar los ¡25! lagos artificiales donde practican el esquí acuático. Describo otra muestra de la mezquindad que contribuyó a moldear las tragedias de noviembre de 1985 porque valdrá la pena consultar la publicación de Vorágine antes de votar en las próximas elecciones.
* Doctor en antropología cultural, miembro fundador, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.
