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Tres niños de cinco a diez años lanzaban gritos desgarradores cuando el "pombeiro" (comprador de cautivos) les daba con el látigo.
Su representación estremecía a la audiencia reunida el 12 de marzo de 2012 en Calabar (Nigeria) para la inauguración de la conferencia internacional “La esclavitud en el mundo árabe-islámico”. Otros personajes, como el tratante blanco, el misionero, dos madres y un abuelo, dramatizaban el intercambio de seres humanos por baratijas, licor y armas por ese puerto legendario. En el siglo XV los portugueses inauguraron un comercio cuya apoteosis fue en el siglo XIX gracias a las actividades de los ingleses, quienes allá practicaron las esclavitud ¡hasta 1932! De ahí que el tráfico por esa área represente un poco más del 30% de los que tuvieron lugar en todo el continente africano, incluyendo el del Sahara, mar Rojo y Océano Índico, a cargo de tratantes árabes, según los análisis presentados en esa conferencia, iniciada después de que concluyera la reunión anual del Comité Científico Internacional del Programa de Unesco La Ruta del Esclavo: resistencia, libertad y patrimonio. Hasta el 17 de marzo, uno y otro evento recibieron el apoyo de la Gobernación del Estado del río Cross y el Centro de Arte y Civilización Africana de Calabar.
Hoy, académicos y líderes africanos reflexionan en voz alta sobre la complicidad de sus antepasados con aquel comercio que la Convención celebrada en Durban (2001) contra el racismo, la xenofobia y todas las formas de discriminación catalogó como un crimen contra la humanidad que debe ser objeto de reparaciones por parte de quienes lo iniciaron y mantuvieron. Difícil de imaginar hace 20 años, la metamorfosis responde a iniciativas de universidades como las de Calabar y del Estado del río Cross, cuyos antropólogos e historiadores, con doctorados y posdoctorados más que todo de la Universidad de Wisconsin y del Instituto Harriet Tubman de la Universidad de York, forman redes de investigación con Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y Francia. Académicos brasileños se vinculan con sus estudios sobre los musulmanes Hausa del norte de Nigeria que llegaron al estado de Bahía. Durante la primera mitad del siglo XIX protagonizaron más de 20 alzamientos en Salvador, cuya represión llevó a que los creyentes optaran por una clandestinidad desde la cual contribuyeron a darle la forma actual al candomblé, entre otras religiones de matriz africana. Por su parte, Cuba es objeto de interés porque su identidad nacional sí que celebra los aportes de quienes salieron por el Golfo de Benín. Entre ellos sobresalen los yorubas y los llamados carabalíes, en realidad miembros del pueblo Efik, cuya sociedad del leopardo (Ekpe) originó las sociedades cubanas Abakuá.
El caso colombiano se complica porque a partir de 1750 disminuyeron los portadores de memorias africanas como parte del declive generalizado de la trata por Cartagena. De ahí la relevancia de que la historiografía y la etnografía de este país refinen sus métodos; se vinculen con redes como las mencionadas y así hallen más expresiones de africanidad que permitan comprender mejor las fuentes que las identidades de la gente negra, afrocolombiana, palenquera y raizal tienen en África occidental y central.
