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Jaime Arocha
29 de diciembre de 2009 - 12:32 a. m.
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EL INHUMANO DEGOLLAMIENTO del gobernador del Caquetá ha ocasionado una avalancha de cuestionamientos a la seguridad democrática.

Objeto uno de sus mecanismos cotidianos, los retenes instalados en diversos puntos de las carreteras. Aun en casos excepcionales de que los uniformados sean amables, se basan en la desigualdad de fuerzas: intimidan las armas que portan y los uniformes que visten quienes obligan a que uno se detenga. Esa violencia simbólica también se da cuando filas hasta de diez policías de tránsito hacen muestreos de automóviles para ver si los conductores tienen los papeles en regla. ¿Por qué los comandantes más bien no ponen a sus subalternos a patrullar las carreteras, de modo tal que identifiquen en el acto a quienes violan los límites de velocidad o no respetan las líneas continuas que prohíben adelantar a otro vehículo?

Además de las anteriores, he sido objeto de una modalidad de retén cuya ética cuestiono. Hace un año, cerca de Santa Marta, ya me disponía a bajarme del carro, poner mis brazos en alto y esperar la consabida requisa navideña, cuando el soldado que nos detuvo pronunció la frase mediante la cual le doy el título a este escrito. Como no era fácil comprenderla, él tuvo que ser más explícito: quería plata para un almuerzo y una gaseosa. Kilómetros más adelante, y segundos después de que un cabo levantara la mano para obligarnos a parar, aparecieron unas niñitas disfrazadas de reinitas de belleza, extendiendo unas alcancías azul celeste. En octubre de este año, otra parada a la cual nos obligó un uniformado fue para que contribuyéramos con el pasaje que uno de sus compañeros necesitaba para irse a Cocorná. Sin embargo, la que tuvo lugar a comienzos de este mes fue perturbadora: los uniformados vendían imágenes de las más afamadas modelos paisas que no estaban en cueros, ¡gracias a los uniformes de pilotos de la FAC con los cuales las habían medio cubierto! De acuerdo con Cromos y Facebook, el calendario se llama Alas 2010, conmemora los 90 años del establecimiento de la Fuerza Aérea y lo venden para ayudar a la Fundación Halcones, la cual, según las respectivas páginas, rescata a soldados víctimas de minas antipersona. Sin embargo, Google no lo manda a uno a un portal oficial de esa fundación, sino al de Acción Social de la Presidencia, el cual no se refiere a las víctimas ya mencionadas.

He criticado la mendicidad institucionalizada por programas como Familias en Acción. En el marco de la seguridad democrática, el que miembros de las Fuerzas Armadas se matriculen dentro del pordioseo que ha recibido bendición oficial podría indicarle al ciudadano perspicaz que hoy esa política acusa inexplicables deficiencias financieras para atender necesidades de alimentación, transporte y salud ocupacional de sus miembros. También el que ellos derrochan la popularidad que han alcanzado dentro de algunos segmentos de la población civil, y están convirtiendo un mecanismo de excepción por su naturaleza intimidante, en un medio frecuente para pedir limosna sin sonrojarse. Las autoridades deben erradicar conductas asimilables al cobro de vacunas instituido por las fuerzas que han buscado erradicar.

*Grupo de Estudios Afrocolombianos

Universidad Nacional.

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