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Justicia como expresión social de amor contra el renacimiento neonazi

Jaime Arocha

28 de enero de 2025 - 12:05 a. m.

Los chicos de la Nickel es la novela que le mereció un segundo premio Pulitzer al escritor Colson Whitehead. Demuestra que el movimiento por los Derechos Civiles hizo realidad una de las máximas de su máximo inspirador, el reverendo Martin Luther King: “Nuestra capacidad de sufrimiento acabará por agotar [a nuestros opresores], y (…) ganaremos nuestra libertad”. La saga dramatizada en la Nickel debería ser inspiración para resistir contra este reversazo de la historia que intenta imponer la extrema derecha.

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Para esa obra, Whitehead se inspiró en los resultados que en 2014 divulgaron arqueólogos forenses de la Universidad del Sur de la Florida sobre una especie de Escombrera que encerraba la escuela correccional Dozier de Marianna, Florida. Evidenciaron asesinatos y torturas que permanecieron impunes entre 1900 y 2011.

El héroe de la novela es Elwood Curtis, joven afro de Tallahassee, Florida, a quien educó Harriet, su abuela materna. El padre de ella se había ahorcado en su celda, recluido por una ofensa inventada por las leyes segregacionistas de Jim Crow: “contacto pretencioso”. Él no se había cambiado a la otra acera, cuando se cruzó con una mujer blanca.

Elwood creció fascinado con Martin Luther King at Zion Hill, el acetato que Harriet le había regalado para la navidad de 1962. Entró a la escuela con ideas del reverendo como la de que hicieran de la humanidad su protección, de modo que despertó el interés del profesor Hill, militante por los Derechos Civiles, quien había hecho parte de las Marchas por la libertad contra la segregación en los buses, también requerida por la legislación Jim Crow. Convenció a Elwood de que ingresara al Melvin Griggs Technical College porque lo eximían de la matrícula. Echó dedo para llegar allá, pero sin saberlo, se montó en un carro robado. Fue acusado de complicidad y paró en el correccional que Whitehead llama Nickel y se localiza en Eleonora.

Pese al agobio por la violencia verbal y física de los guardianes, al analfabetismo de los docentes, a la precariedad de los materiales pedagógicos, a la decadencia e inmundicia de los albergues y las aulas segregadas, hizo lo posible por seguir formándose. Ni siquiera lo desanimaron los azotes que recibió por impedir que un niño fuera violado. Con el perpetrador impune por ser blanco, Elwood pasó una larga convalecencia en la enfermería, repasando máximas de King, como la de que los amaremos con todo y que nos encarcelen. Anotaba las atrocidades que cometían los custodios y sus robos a los depósitos del plantel.

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Jack Turner, recluso negro, avivato y poco idealista, se granjeó la amistad de Elwood. Se ofreció para entregarles las denuncias a unos funcionarios federales que estaban de visita. Sin embargo, Jack no tuvo más remedio que ingeniárselas para liberar a Elwood del consecuente encierro en un calabozo hirviente. Huyeron juntos.

De ahí, Whitehead nos lleva a Manhattan donde, pasados 20 años, Elwood figura como persona acomodada gracias a su agencia de mudanzas. Aplicaba las enseñanzas del doctor King a la pulcritud en sus finanzas y el buen trato a sus empleados. Se había propuesto desterrar de su memoria a la Nickel, pero cuando salieron a la luz sus horrores, decidió regresar y colaborar con las denuncias. Antes de volar, se sentó con su mujer para confesarse que él no era Elwood, sino Jack. Testigo del infame asesianto de su admirado amigo, Jack no solo se apropió del idealismo de Elwood Curtis, sino de su nombre. Encarnó su persona y optó por “dejar de ser el gato callejero de su juventud para convertirse en el hombre [de quien] Elwood se habría sentido orgulloso”.

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¿Qué futuro le espera al legado de los luchadores por los derechos civiles, edificados sobre la solidaridad que ligó a Elwood y a Jack? El presidente Trump ya les conmutó las penas a 14 miembros de Proud Boys (Muchachos orgullosos) y Oath Keepers (Guardianes del juramento), condenados por la insurrección del 6 de enero de 2021. Él tenía que saber que el número de exculpados encerraba una simbología neonazi: catorce son las palabras de las consignas que esos extremistas toman del libro Mi lucha, de Adolf Hitler. Cito una de ellas: “Porque la belleza de las mujeres arias y blancas debe prevalecer sobre la Tierra”. Ya quedaron criminalizadas las manifestaciones pro-Palestina y sepultada protesta por el escolasticidio en Gaza. El advenimiento de una versión 2.0 de las leyes Jim Crow se entrevé por la expansión del veto a la enseñanza de las historias sobre gentes negras y latinas desde Florida hacia el resto del país.

Fuente de esperanza el sermón que la obispa episcopal Mariann Edgar Budde pronunció en la Catedral Nacional de Washington el 21 de enero frente al presidente Donald Trump: que tenga misericordia por los inmigrantes y las personas LGBTIQ, e inspire compasión en vez de terror. En 2020, ella lo había confrontado por darle uso político y así profanar la biblia que sostenía parado a la entrada de la catedral de San Juan para que lo fotografiaran, repudiando a los manifestantes de Black Lives Matter. En un artículo de ese año, la obispa escribió que la justicia es la expresión social del amor. Ojalá que esa ética y valentía contribuyan a una resistencia comparable con la que Elwood y Jack practicaron en la Nickel, inspirados por el doctor King.

* Doctor en antropología cultural. Miembro fundador, Grupo de Estudios Afrocolombiano, Universidad Nacional.

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