Tenemos una amiga que, por amor, reside en Cisjordania. A sus familiares y amigos les narra la prolongada crisis que enfrenta la gente palestina. Algunos de sus escritos evidencian cómo desde hace años, sin fórmula de juicio, soldados israelíes han encarcelado a niños y adolescentes. En su mayoría, acusados de tirar piedra, los han sometido a vejaciones, insultos y maltratos colindantes con la tortura. De ahí la labor humanitaria que ella ha realizado, a cuyos límites los traza la seguridad de los suyos.
No sé cómo hace hoy por hoy para no perder el juicio al referirse a la tragedia que enfrentan las personas gazatíes. Protesta porque Biden, Scholz, Sunak, Macron y los que ella considera un “combo de inmorales” fingen sorpresa por el ataque terrorista de Hamás, cuando ellos tienen que haber sido conscientes de su cimentación: más de 70 años sin autodeterminación palestina; cercos de Gaza por casi cuatro lustros; seis grandes guerras, y judíos fundamentalistas que pugnan por controlar espacios de valor histórico y sagrado para los musulmanes, como la Mezquita de Al Aqsa y el Domo de la Roca. A todo lo anterior, ella le suma los oídos sordos de esos mismos adalides ante la invasión de colonos en Cisjordania, quienes entran humillando, desplazando y hasta asesinado a los habitantes ancestrales.
Había compartido los informes de Human Rights Watch (2021) y de Amnistía Internacional (2022-2023) con demostraciones claras sobre cómo al apartheid impuesto hasta mediante un muro infame lo fundamentaba la inferiorización racial. El condenable ataque terrorista del 7 de octubre, infortunadamente, exacerbó ese racismo. De ahí que escribiera que los generales israelíes han animalizado no solo a los atacantes, sino a los más de dos millones de palestinos de la franja, víctimas de la generalización de que se trata de militantes, encubridores de los rebeldes. Expresa que el que la mayoría de esos ciudadanos añoren la libertad los convierte en secuaces desechables.
La exacerba la doble moral: desde el siglo VII, los pogromos1 han sido obra de España, Portugal, Francia, Inglaterra, Alemania, Polonia, Rusia, y hasta de los colonos británicos de Nueva Inglaterra a finales del siglo XVII2, entre otros poderes imperiales. Pese a que los palestinos nada han tenido que ver ni con esos horrores, ni con los hornos donde los nazis cremaron judíos, los han convertido en chivos expiatorios de esos intentos genocidas. De ahí que a las 1.400 víctimas de Hamás las perciban como civiles asesinados, pero no a los ya cerca de 10.000 palestinos a quienes han puesto en la encrucijada de morir por un misil o de hambre y sed. El apoyo financiero a las operaciones bélicas contra la franja de Gaza responde al raciocinio de que Israel ha sido víctima de crímenes de guerra que comportan el derecho a la defensa. El de Gaza es el derecho a la impunidad.
Escribe que en una de estas madrugadas se ovilló en su cama. Imaginó que quizás la posición fetal aminoraría las culpas que la trincaban: el difundir sus denuncias tan solo entre gente muy cercana, ¿consistía en complicidad? Publicar, ¿comprometería la seguridad de sus familiares? Pensamientos más prosaicos también la cuestionaban: en unos minutos podría ducharse; desconectaría el celular ya cargado; desayunaría, tendría cómo vestir a sus hijos y prepararles almuerzo y comida. Sin embargo, el eco de las explosiones que percibía desde su casa la hizo reflexionar que ella también era una víctima, que llevaba años negociando con soldados y funcionarios israelíes la movilidad cotidiana de ella y su familia a través de antipáticos “check points” o los viajes de sus padres para que pudieran visitarla, así fuera por pocos días. Un poco más tarde se estremeció al saber de sus parientes y amigos o asesinados o sepultados por los escombros en que quedaban convertidos hasta los albergues de refugiados, escuelas y hospitales. Pide que tengamos en cuenta el alegato quizás falaz de que Hamás se ha valido de los patios de esos dos espacios para lanzar cohetes contra Israel. Pensó en los túneles que podrían ser inundados para expulsar a los insurrectos. Los asoció con ratones y al mismo tiempo reflexionó en que esos a quienes los habían privado de humanidad se habían atrevido a comprometer uno de los sistemas de seguridad más perfeccionados del mundo. Insuperable afectación al orgullo.
Dos expresiones la han conmovido y llevado a preguntarse qué distopía lleva a que no solo sean condenadas, sino prescritas. La primera consiste en el “Shalom” con el cual Yocheved Lifshitz, mujer de 85 años, secuestrada el 7 de octubre se despidió de uno de sus captores al momento de ser liberada. Para la oficialidad, la difusión del evento contribuyó a humanizar a Hamás, y por lo tanto constituyó una violación a la seguridad nacional. El Estado debe requerir pregrabaciones y supervisión estricta para evitar lo que para ellos serían desafueros comparables. La segunda conmoción fue por la reportería que el periodista Wael Dahdouh de Al Jazeera practicó al día siguiente de haber enterrado a su mujer, dos hijos y un nieto, víctimas del bombardeo de un refugio de Gaza. La solidaridad con su pueblo consistió en un esfuerzo de humanidad a costa de su propio trauma.
En medio de tanta oscuridad, semejante heroísmo enciende una luz de esperanza que recupere la fe en la humanidad.
* Miembro fundador, Grupo de estudios afrocolombianos, Universidad Nacional y Patronato de artes y ciencias.
1 De acuerdo con la RAE, masacre, aceptada o promovida por el poder, contra los judíos y, por ext., de otros grupos étnicos.
2 Condé, Maryse. 2022. La bruja negra de Salem. Barcelona: Impedimenta, pp. 212-216.