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Durban II (2)

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Jaime Arocha
05 de mayo de 2009 - 02:47 a. m.
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HAY ANALISTAS PARA QUIENES FUE exitosa la convocatoria de la ONU en Ginebra del 20 al 24 de abril, para hacer el seguimiento a la Declaración de Durban y su programa de acción contra el racismo.

Opinan así, en primer lugar, porque después de que el presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, le reclamara al gobierno de Israel por sus crímenes contra los palestinos, de las delegaciones de la Unión Europea tan sólo la de la República Checa abandonó la conferencia. En segundo lugar, por el consenso contra la discriminación que en el mundo sufren los trabajadores migrantes. Para otros, como el brasileño José Jorge de Carvalho, Durban II fracasó: la alianza sionista les da continuidad a prácticas de rechazo y boicot que han invadido otros ámbitos como “[…] la Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales de la Unesco, aprobada en 2005. Mientras el Plan de Durban es solamente una recomendación para los países, la Convención es mucho más contundente, porque pasa a formar parte del ordenamiento jurídico de cada Estado miembro de la ONU que la ratifique”. Añade que “si todos los países de población y cultura afroamericanas firmaran la Convención, sería posible construir, por primera vez desde el inicio de la esclavitud en el siglo XVI, una red de apoyo mutuo y promoción de las tradiciones culturales afroamericanas en el Nuevo Mundo que fuese capaz de superar su crónica condición de subalternidad y permitir su acceso al espacio público, a los medios de comunicación y a los recursos estatales en pie de igualdad con las expresiones de origen europeo o eurocentradas. Desgraciadamente los Estados Unidos no solamente se niegan a firmar la Convención, [sino que] presionan a los países latinoamericanos bajo su mayor influencia (como Colombia, Panamá, República Dominicana, Perú y Chile) para que no la firmen”.

El discurso titulado Una unión más perfecta, que el hoy presidente Obama pronunció el 18 de marzo de 2008, ayuda a entender tal obstinación: no sólo reduce la raíz de los conflictos de Oriente Medio a “[…] las ideologías perversas y aborrecibles del islamismo radical”, sino que invita a reactivar el asimilasionismo que fuera rechazado por el movimiento de los derechos civiles, apelando al perfeccionando “nuestra unión” a partir de “historias diferentes, pero esperanzas comunes”. Complementa esa búsqueda imaginando “[…] que las historias de gente negra del común se fundían con las historias de David y Goliat, Moisés y el Faraón […]”. Al sostener que entre los blancos de clase media crece el resentimiento cuando “[…] escuchan que un africano-americano los aventaja al lograr un buen empleo o admisión universitaria debido a una injusticia de la cual ellos no son responsables […]”, debilita tanto las formas de justicia instauradas para reparar a las víctimas de la esclavización, como las acciones afirmativas para corregir el racismo laboral.

Hoy industrias culturales como CNN amplifican ese ideal de fusión nacional y crean el sueño de que con un presidente de piel negra los Estados Unidos entraron en lo que Carvalho llama un período posracial que habría resuelto el “problema negro”. Se trataría de un imaginario contrario a las constataciones históricas hechas por los pueblos étnicos de todas las Américas, las cuales le dieron buena parte del sentido a la Declaración de Durban: la discriminación racial creció a medida que desde finales del siglo XIX se consolidaron las ciudadanías únicas.

*Grupo de Estudios Afrocolombianos Universidad Nacional

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