AL AÑO EN HONOR A LOS AFRODEScendientes lo inauguró una inesperada conversación con el etnólogo afrocubano Carlos Moore.
El maestro Arturo Grueso y sus hijos Julián y Diego facilitaron un encuentro de una calidez excepcional, uno de cuyos temas fue el de los pocos títulos de la literatura africana en español. Como vive en Salvador (Bahía) con su esposa Ayeola, le mostré publicaciones de la editorial española El Cobre, como Amkullel, el niño Fulbé, de Ahmadou Hampaté Bâ. Moore se emocionó al tener ese libro en sus manos, porque durante los años de 1960, al poco tiempo de haber llegado a Francia desde Cuba, conoció a Bâ como asesor de Unesco en París, quien lo fue iniciando en el arte de la narración holista que integra a las ciencias sociales con las naturales, las médicas, y las religiosas, así como con la estética del canto, la danza, la recitación poética y la interpretación musical.
El pensamiento sobre esa plenitud que encarnan griots y demás “bibliotecas vivientes” lo llevó a evocar a otra persona formada dentro de esa tradición, Fela Anikulapo Kuti, el músico nigeriano y activista político originador del “afrobeat”, quien es considerado una de las figuras musicales más influyentes del siglo XX. A los dos los unió el Segundo Festival de Cultura y Arte Africano, celebrado en Nigeria en 1977. Fela lo descalificó porque había apalancado la dictadura del general Yakubu Gowon, cuyo gobierno —a su vez— había invitado a Moore para que contribuyera en la realización del evento. Luego de conocer el pensamiento de Fela, Moore prefirió la amistad del músico y en ese marco llevó a cabo las conversaciones que derivarían en la publicación de Cette putain de vie, traducido al inglés como Fela: this bitch of a life, la primera biografía sobre ese músico, y reeditada en 2009, luego del estreno en Broadway del musical ¡Fela!
Moore nos habló de los años de prisión y tortura para castigar la disidencia de Fela, por lo cual le pedimos su visión sobre las contradicciones de los gobiernos independentistas. De un lado figuran ideas como la del panafricanismo que propuso Kwame Nkrumah, quien en 1957 fundó ese período con su presidencia en Ghana. De otro lado, el surgimiento temprano de presidios inhumanos, donde a Fela le fracturaron los miembros y el cráneo. Moore destacó cómo el eurocentrismo de esas utopías iniciales impidió el surgimiento de un panafricanismo afrocentrado y consciente de la valía de las diferencias étnicas. Para los adoctrinados por cristianos y musulmanes, tales diversidades, por “paganas”, eran incompatibles con las nociones de progreso que avizoraban y debían erradicarse, como puede leerse en La flor púrpura de Chimamanda Adichie, cuya heroína —Kambili— ni siquiera podía imaginar a Dios sin su vozarrón masculino y su acento británico.
De otro de sus mentores, Cheikh Anta Diop, Moore dijo que se trataba del “mayor pensador y científico africano del siglo pasado, físico, químico, antropólogo, egiptólogo, lingüista e historiador”. A medida que nos refería cómo ese intelectual había introducido sus tesis sobre los orígenes africanos de la humanidad y los cimientos subsaharianos de las civilizaciones egipcia y meroita, soñábamos con que al otro día no regresara al Brasil y que esa conversación se trasladara a la universidad, para que ayudara a ampliar el hoy estrecho campo de los estudios africanistas y afroamericanistas.