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El Afropacífico y la convivencia no violenta

Jaime Arocha
04 de mayo de 2010 - 03:20 a. m.

EL GEÓGRAFO ULRICH OSLENDER de la Universidad de Glasgow está recogiendo firmas que respaldan una carta para el Presidente de la República denunciando cómo —justo en 2010, declarado por las Naciones Unidas Año de la Biodiversidad— el gobierno ha intensificado las fumigaciones con glifosato.

Demuestra que ese método ineficaz contra la propagación de cultivos de uso ilícito está  acabando con la enorme biodiversidad de las selvas y exterminando los sistemas agrícolas afrocolombianos de la región caucana de Guapi. Esos sistemas han sido inseparables de la seguridad alimentaria de buena parte del occidente colombiano.

Hoy hasta en el jardín infantil los niños saben en qué consiste la riqueza de las especies vivas que albergan nuestros bosques húmedos y ribereños del litoral Pacífico, pero ignoran que los campesinos los cultivan mediante la tumba parcial de la cobertura vegetal, cuyos residuos dejan sobre la superficie para que lluvias y calores intensos los descompongan y de esa manera nutran lo que plantan: semillas como las de maíz y arroz o esquejes de yuca y ñame. Pasadas cuatro cosechas, en esos lotes sembrarán frutales y los dejarán en reposo para que se vuelvan a cubrir de vegetación.

En el Chocó, a esos rastrojos los llaman monte biche. Las mujeres los recorren, recogiendo la tierra que las hormigas dejan alrededor de sus hormigueros. La llevan a los patios de sus casas y la meten en canoas u ollas viejas que montan sobre tarimas de madera para cultivar yerbas medicinales, aliños para los alimentos que preparan y unas palmas muy especiales que trasplantan cuando dan a luz, para sembrarlas junto con las placentas de sus nenes y nenas. De ahí en adelante, al enseñarles a sus hijos e hijas que esas palmeras son sus ombligos, también los aleccionan en que están hermanados con la naturaleza.

Esas conductas explican el que la carta de Oslender también destaque el carácter pacífico de las relaciones de las personas negras con sus ecosistemas y con sus vecinos. Infortunadamente, ellas viven un conflicto armado que no les pertenece, el cual además tiene que ver con la expansión atrabiliaria de la minería del oro, objeto de acusaciones como las que también han formulado pueblos negros e indígenas mediante la Declaración de Buenaventura. Esa guerra que el gobierno viene negando desde hace ocho años lleva a que el 80% de los afrodescendientes del Pacífico hayan sido expulsados de sus territorios ancestrales. Ya en las grandes ciudades, han demostrado que ejercen ese compromiso cotidiano con la no violencia.

El 27 de junio de 2002, en el Planetario Distrital lanzábamos el libro Mi Gente en Bogotá,  con los resultados del primer estudio socioeconómico y cultural sobre los afrodescendientes que residen en la capital. El discurso del Alcalde Mayor se centró en ese aporte de los afrocolombianos desplazados a favor la convivencia pacífica entre los ciudadanos. Quizás desde el 8 de agosto 2010, ya como presidente de la república, Antanas Mockus recuerde ese comportamiento de los afrodescendientes e introduzca políticas que salvaguarden las selvas y ríos que lo moldearon, así como los sistemas agrícolas dentro de los cuales floreció.

*Grupo de Estudios Afrocolombianos Universidad Nacional

 

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