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HACE DOS SEMANAS ESCRIBÍ QUE hallaba vínculos entre el desastre provocado por el desbordamiento del río Mira y las soluciones que los gurús de la economía le ofrecían a la revista Cambio con respecto a la crisis que el sistema financiero de Wall Street irriga a todo el globo.
Quizá tengan razón en que lo fundamental sea salvaguardar el empleo, pero me pregunté por los costos ambientales de generarlo mediante aquellas plantaciones de palma aceitera que sustituyen a las selvas exuberantes que impiden la erosión de las riberas. Menciono ahora costos humanos, como el de los líderes del proceso político de las comunidades negras, amenazados, desterrados o asesinados para doblegar el sistema colectivo opuesto al de las “palmeras”, el cual, por el contrario, preserva franjas de bosque tropical que les sirven de reserva hídrica a las comunidades.
Adicionalmente, emula la biodiversidad, intercalando distintos cultivos en un mismo predio, rotándolos para que descanse la tierra, y evitando la aplicación de agroquímicos. De ahí que sea sostenible y similar al de los indígenas Awá, los otros damnificados dentro de estas trágicas coyunturas de febrero de 2009.
Lo han catalogado como ineficiente y generador de pobreza, porque no se basa en las prioridades del lucro individual, sino en el bienestar de las comunidades y de la naturaleza que les da el sustento. Impensable sin las autonomías para manejar territorio y sociedad que siempre han reivindicado los movimientos políticos afrocolombianos e indígenas, es el modelo que durante los últimos siete años ha merecido poca atención por parte del Estado y de los economistas que aceitan su maquinaria. De ahí que sea difícil concebir el que la academia que los ha formado diseñe investigaciones que lo hagan más viable.
Por si fuera poco, ese mismo modelo también es el blanco de la subversión, para la cual son anacrónicos tanto el dominio colectivo de los territorios, como el consecuente sistema agrícola basado en el policultivo. Si esa subversión coincide con sus contradictores en las ventajas del monocultivo, campesinos afrocolombianos e indígenas quedan atrapados entre dos fuegos.
Entonces, ¿cómo serán las condiciones de ese empleo que les ofrecerán empresas como las de palma aceitera y de caña de azúcar, pensando ya en el programa más amplio de biocombustibles? Cercano a las condiciones que para el siglo XVIII los historiadores de la esclavitud describen para los cañaduzales del Caribe insular, conforme lo demostraron los corteros de caña que entraron en huelga en octubre de 2008. Y dentro de la crisis actual, esas condiciones serán aun más oprobiosas, por cuanto todos los economistas entrevistados por Cambio coinciden en que urge incentivar a los empresarios, reduciéndoles el pago de los parafiscales, es decir, los subsidios que en mínima parte complementan los salarios que ese tipo de trabajadores debe compartir con ese otro invento para favorecer a los capitalistas, la cooperativas de subcontratación. Ninguno de los entrevistados plantea alicientes ya sea para las economías indígenas o campesinas. Menos el que los empresarios se aprieten en cinturón.
* Grupo de Estudios AfrocolombianosUniversidad Nacional de Colombia
