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El Ecce Homo y el canal interoceánico

Jaime Arocha

16 de abril de 2012 - 06:00 p. m.

Escribo desde el plan de raspadura, a veinte minutos de Istmina, dentro del distrito minero del río San Juan.

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Me acompaña Yasaira Sánchez, hija del pueblo y miembro del equipo que estudia la espiritualidad de la gente afrocolombiana y raizal. Para 2013, nos proponemos montar en el Museo Nacional de Colombia una exposición que además de enseñar hechos desconocidos acerca de la religiosidad de la gente de ascendencia africana, los compare con sus equivalentes afroperuanos.

Documentamos los ritos alrededor de un oleo colonial que representa al Ecce Homo. Según Rafael ‘Pica’, hacia 1802, la minera María de la Paz Salamandra se lo quiso comprar al esclavista payanés Juan José Mosquera por media libra de oro. Como él insistía en venderla por dos libras más, los esclavizados le pidieron que les dejara disponer de la ‘raspadura’ diaria, hasta completar la cantidad exigida. El primer milagro fue el de la abolición. Otro ocurrió en 1949 por el aguacero que le concedió a Heriberto Orejuela, a quien le urgía lavar un oro que le permitiera celebrarle a su hija Francisca el grado de maestra. Al suceso lo reconocen como el origen de la fiesta que, con el nombre de Cuasimodo, hoy se sigue celebrando una semana después del domingo de ‘Resucito’. Al principio, los chocoanos componían la afluencia excepcional de peregrinos que vienen a pagarle al santo sus ‘mandas’. Hoy, también proliferan los ‘paisas’ del Valle, Risaralda, Caldas y Antioquia, quienes compiten con los locales por cargar las andas de nazarenos, vírgenes y santos que desfilan desde la semana santa.

Además de la vitela sagrada, esta es una región de médicos raiceros y de parteras. Recorren ‘montes bravos’ recogiendo yerbas y raíces para los baños que parte de la feligresía, pide para el Jueves Santo o para las botellas rezadas o ‘balsámicas’ que curan picaduras de culebra, impotencia, esterilidad y depresión, entre otras enfermedades. Pese a que estos servicios han convertido a Raspadura en epicentro de la medicina tradicional de matriz africana, no se asoman las generaciones de relevo porque la ortodoxia católica no ve con buenos ojos que estas curaciones refuercen a las que realiza el santo patrono.

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Por si fuera poco, según Rogerio Velásquez, hacia 1788, el padre Gabriel Arratachagui inauguró el primer canal interoceánico del país. Conectaba la quebrada Raspadura, afluente del San Juan, con la de Perico, tributaria del Atrato. Fue necesario porque el gobierno colonial había prohibido el comercio por el río Citará, bautizado A-trato por la medida que buscaba frenar el contrabando de mercancías, cautivos y cautivas que a lo largo del siglo XVIII practicaban los ingleses. Por su parte, la de Martín Juancho era una de las pilas que alimentaba las exclusas de madera y cobre, además de servirles a los mineros artesanales del área. Canal y pilas podrían ser sitios de la memoria esclava, dentro de los respectivos inventarios que elabora Unesco. Sin embargo, hoy retroexcavadoras y potentes bombas de agua los reducen a montones de cascajo gris, rodeados de los pozos azules de aguas estancadas que reciben los venenos para separar el oro de la jagua. Ojalá la locomotora de la minería no llegue a requerir el traslado de la catedral en construcción que alberga la santa vitela.

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