El movimiento MAGA (Make America Great Again) añora con restituir la esclavización. Anunciado el triunfo de Donald Trump, miles de personas africanoamericanas, incluyendo adolescentes de trece años, comenzaron a recibir el siguiente mensaje por WhatsApp o correo electrónico: “(…) Usted ha sido seleccionado para recoger algodón en la plantación más cercana (…) Nuestros esclavos ejecutivos vendrán por usted (…) Pertenece al grupo C de la plantación”. La campaña del presidente electo negó tener vínculos con la intimidación originada desde Textnow, pero no hizo nada por condenarla. Estudiantes y profesores de reconocidas universidades negras del sur se han sentido particularmente interpelados. Los de Caflin (Orangeburg, Carolina del Sur) y South Carolina State College, también en Orangeburg, tienen frescos los recuerdos de la quema “misteriosa” de sus edificios en los años de 1950, así como de la masacre del 8 de febrero de 1968. Estudiantes de cada campus se manifestaban pacíficamente contra la segregación que ejercía una bolera de la ciudad. Once uniformados abrieron fuego y dejaron tres muertos y 28 heridos. Residente de la ciudad, el fotógrafo Cecil Williams registró la tragedia y la inmortalizó mediante un museo que recoge otros hitos del movimiento de derechos civiles.
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La gente afro tiene razón para sentirse atemorizada por esta nueva arremetida racista. Recuerda el golpe contra el gobernador de Carolina del Norte el 10 de noviembre de 1898 en Wilmington. Entonces, las viviendas, negocios, consultorios y despachos que la gente negra había levantado desde 1867 fueron arrasados dentro de una operación de limpieza étnica. Un siglo después ocurrió una balacera en la iglesia más antigua de Carolina del Sur, Emanuel African Methodist Church (Charleston). El responsable fue el joven Dylaan Roof, quien dejó nueve personas asesinadas. A ese horror lo normalizaron neonazis, neofascistas, neoconfederados, nacionalistas blancos, miembros del KKK y militares de extrema derecha. El 11 de agosto de 2017 se unieron en Charloteville, Virginia, para la Unite the Right Rally (Marcha en pro de la unión derechista). Abundaron símbolos supremacistas como la bandera confederada, aglutinante de antiabolicionistas, o la cruz de Jerusalén. Este último emblema se lo tatuó el exmarino y expresentador de Fox News, Peter Hegseth, de modo que no quede duda del rumbo cristiano-nacionalista que se les impondrá a las fuerzas armadas tan pronto asuma la jefatura del Pentágono. Otros extremistas incluyen al probable embajador en Israel —el cristiano-zionista Mike Huckabee—, convencido de que con la guerra en Gaza se cumple la profecía del Libro de la Revelación sobre el pleno apogeo de la cristiandad.
No obstante, también perdura la insumisión. De ahí la marcha que asociaciones de gente afro, latina, migrante, LGBTI y estudiantes preparan para el 18 de enero de 2025 en Washington, dos días antes de la posesión de Trump. Será el preámbulo de expresiones de inconformismo que pulularán mientras persista un ideal de engrandecimiento nacional mediante la exclusión.