“No funciona. ¿No ve que ellos no creen en los espíritus?”, fue lo que le dijo el capitán Boa a Martin von Hildebrand a propósito de una expedición científica que un equipo de biólogos llevaba a cabo en el Parque Cahuinarí en el departamento del Amazonas. Ese antropólogo dirige la Fundación Gaia que lleva 40 años acompañando a los pueblos amazónicos en sus luchas territoriales y político-culturales. Citó las palabras del indígena para darle fuerza al argumento que junto con Julio César López Jamioy, Coordinador de la Opiac, Organización nacional de los pueblos indígenas de la Amazonia colombiana, le exponía a María Jimena Duzán en el A Fondo del 29 de septiembre sobre la salvaguardia de la Amazonia que el presidente Petro planteó en su discurso ante la ONU. Gigantesco el esfuerzo pedagógico para afianzar visiones y prácticas de fraternización de las personas con la naturaleza. Para ellos, de esa profunda transformación dependerá el éxito de propuestas como las de intercambiar deuda externa por protección a fauna y flora selváticas. Otros participantes en A Fondo se han referido a la venta de bonos de carbón con el compromiso de no deforestar el litoral Pacífico. Ellos coinciden en que esa región también contribuye a que por la atmósfera circulen los ríos de vapor responsables de las lluvias que nutren los bosques y páramos andinos, de los cuales, a su vez, dependen los acueductos de las grandes urbes del subcontinente.
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Me refiero a un cambio radical de interpretación de quiénes somos ante la naturaleza, pensando en la relevancia inédita que ha tomado el capítulo étnico del Acuerdo de Paz. En efecto, los Estados Unidos acaban de asumir la responsabilidad de ser “primer garante internacional” de esa sección del acuerdo, como uno de los resultados significativos del encuentro entre el presidente Gustavo Petro, la vicepresidenta Francia Márquez y el secretario de Estado Antony Blinken.
El breve documento al cual aludo estuvo a punto de quedar por fuera del proceso de paz con las Farc-Ep. Por fortuna, las organizaciones del movimiento social de esos indígenas y afros estuvieron en La Habana para ejercer las presiones necesarias y evitar su exclusión. Pese a su brevedad, al capítulo lo enmarca un conjunto de convenios internacionales sobre los derechos de los pueblos étnicos, los cuales también condenan todas las formas de discriminación y xenofobia, además de amparar las territorialidades ancestrales mediante las nociones de imprescriptibilidad, inalienabilidad e inembargabilidad. El Estado colombiano ha firmado toda esa normatividad, y por lo tanto la ha incorporado a la estructura legal del país. Con todo, ha sido sometida a ese principio infame que rige desde la Colonia: se obedece pero no se cumple.
El capítulo étnico amolda cada punto del Acuerdo de Paz a los requisitos que imponen las diversidades tanto ambientales, como de historia y cultura propias de nuestra nacionalidad, con énfasis particular en los derechos al medioambiente sano, así como a la autonomía política y territorial que ampara la consulta previa, libre e informada, muy desacreditada por el sector privado y varios gobiernos. Alegan que va en contra del progreso y que es una manifestación de oportunismo y mala fe. De esa manera, ejercen un racismo que están prestos a negar, pero de cuya explicitud hoy pocos dudan, debido a las infamias contra la vicepresidenta que han hecho explícitas Marbelle y participantes en la primera marcha de la derecha contra la administración de Gustavo Petro. Sin embargo, ese texto reitera la urgencia de reformas educativas como la que propone la tan desdeñada Cátedra de Estudios Afrocolombianos, para superar la idea de que es primitiva o bárbara la unificación espiritual con árboles y animales que subyace a las variaciones indígenas y afro de nuestra identidad. Por el contrario, oráculos tan consultados a nivel mundial como el historiador Yuval Noah Harari hablan de esa orientación del conocimiento como la de más firmes y palpables consecuencias para la sobrevivencia planetaria. Como legatarios de la llamada civilización occidental y del monoteísmo que la ha cimentado, ¿seremos capaces de reeducarnos para tomar conciencia de llegar a ser miembros de una homobiósfera basada en una ética del respeto, inseparable de una austeridad que se deriva de la idea de que los recursos naturales ni son infinitos, ni sirven tan solo para nutrir la codicia humana?
* Profesor; miembro fundador, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional; programa de Antropología, Universidad Externado de Colombia.
