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Haití desde visiones disidentes

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Jaime Arocha
26 de enero de 2010 - 02:59 a. m.
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EN CUANTO AL CONTEXTO DEL TErremoto del 12 de enero, la prensa hegemónica deja el implícito de que la degradación ambiental y la pobreza de Haití son connaturales con sus ciudadanos.

Escasean tanto menciones de la proliferación de pintores populares, cuya estética es objeto de culto en grandes museos y galerías, como de condenas como la que formuló el sociólogo Aurelio Alonso sobre la teoría del “televangelista norteamericano Pat Robertson (referente a que dizque) sobre Haití pesa una maldición ocasionada por ‘un pacto con el demonio’, supuestamente sellado en ‘ritos del vudú’”. Ese desequilibrio me lleva a enfocar ideas alternativas: la colonia francesa de Saint Domingue consistió en el sistema de plantación azucarera más poderoso del Caribe, fundamentado en el desmonte de bosques originarios para sembrar cañaduzales y encender calderas de destilación. Francia aspiraba difundir ese sistema centrado en la esclavización de africanos del golfo de Benín, pero el proyecto abortó por la revolución que —en palabras de Nicolás Contreras— lideraron “estrategas como Toussaint L’Ouverture, Henry Christophe, Juan Jacobo Desallines y Alejandro Petion. (Así, Haití se convirtió) en el segundo Estado libre y soberano de América, luego de USA, pero con un aislamiento militar, político y comercial, como el que (actualmente) sufre Cuba”.

Según Eduardo Galeano, la derrota infligida en 1804 por los haitianos al ejército napoleónico contradecía las nociones de inferioridad racial que occidente atesoraba a partir de aportes como los de Montesquieu, para quien era inconcebible que dios les hubiera puesto almas a los cuerpos negros. O Linneo, quien enseñaba que vagancia, pereza, indolencia y laxitud sexual eran congénitas entre la gente de origen africano, además de David Hume, quien sostenía que el negro tan sólo podía “desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras”.

Ante el valor del logro haitiano, Estados Unidos y Francia no sólo se negaron a reconocer a la nueva nación, sino que emplearon diversos medios para que el experimento democrático ideado por afrodescendientes no se extendiera por todo el continente. Entre las más oprobiosas revanchas imperiales figuran la indemnización a Francia que —durante medio siglo— Europa le obligó a pagar a Haití, y cuyos efectos sobre la pobreza actual la hegemonía oculta; la ocupación norteamericana que se extendió desde 1915 hasta 1934, cuando Haití canceló su deuda con el City Bank, y aprobó la venta de tierra a extranjeros, así como el apoyo que ese mismo país les brindó a las dictaduras de Francois Duvalier Papá Doc y de su hijo Jean-Claude Duvalier, Baby Doc.

Las ignominias causadas se han paliado mediante auxilios humanitarios, cuyas contraprestaciones en metálico o autonomía política llevaron a que Gérard Barthélémy, antropólogo recientemente fallecido, sostuviera que esa ayuda internacional interesada profundizaba el subdesarrollo de Haití. El que hoy la presencia estadounidense consista en la ocupación territorial por parte de 12.000 soldados, implica que se perpetuará el tipo de apoyo ya conocido por sus resultados nefastos.

* Grupo de Estudios AfrocolombianosUniversidad Nacional

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