Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
“Entonces, veamos la del negrito que corre”, le gritó al novio la joven frustrada porque se habían acabado las boletas para ver Robocop.
Quería que quienes hacíamos fila fuéramos conscientes de la condescendencia mediante la cual despreciaba a los protagonistas de la película que tendría que ver, 12 años de esclavitud, del afrobritánico Steve McQueen sobre la historia real de Solomon Northup, músico negro y libre de Sarasota (estado de Nueva York), secuestrado en 1841 y sometido a la esclavitud en varias plantaciones de Luisiana hasta 1853. La obra de múltiples galardones les quita las ambigüedades a las palabras “negro” y “negra” que tanto repiten traficantes y compradores: seres azotables o ahorcables a voluntad de amos, amas y capataces blancos, quienes se amparan en frases bíblicas para justificar las ignominias que practican con morbo. Muy distinto a lo que pasaba en la Nueva Granada, se dirá, pero quizás no. Aquí, para los amos las negras eran tan bienes muebles como las de allá, por lo tanto objetos de violación impune. Conforme uno lee en La ceiba de la memoria, novela histórica de Roberto Burgos Cantor, desde que eran desembarcados en Cartagena, provenientes de África, hombres, mujeres, niños y niñas estuvieron sujetos a privaciones higiénicas comparables a las que sufrió la joven Patsie, el juguete sexual de Master Epps, a quien quería flagelar hasta que muriera porque ella atesoraba un jabón para bañarse.
En Norteamérica, como en nuestro sur, sigue más bien incólume la educación para mantener unidas esclavitud, inferioridad y negrura de la piel, de modo que una persona blanca de Nueva Inglaterra no se deje tratar por una cualificada médica nigeriana, conforme al relato de Chimamanda Adichie en Americanah. En Bogotá, el 12 de febrero de 2014, tres afrocolombianos fueron víctimas de ese troquel monolítico. Tenían una cita para promover actividades de la Cámara de Comercio Afrocolombiana, cuando fueron aproximados por policías. Les pidieron bajarse del carro en el cual se movilizaban. Los requisaron antes de haberles pedido las respectivas cédulas de ciudadanía. Sorprendidos, se identificaron como dirigentes, Marcel Echeverry, representante de la Cámara de Comercio Afrocolombiana; Alexánder Ruiz, de la Secretaría de Etnias e Inclusión del Partido Conservador, y Rudecindo Castro, exdirector de la Dirección de Etnias de la Secretaría Distrital de Gobierno. Su falta, movilizarse en un BMW. Conforme los afectados denunciaron en Noticias RCN, para esas autoridades, “los negros no pueden andar en carros de alta gama”. Mirando a la cámara, el dueño del carro deja ver cómo la discriminación racial doblega: “Yo no tengo más de seis meses de andar en este vehículo. Cada vez que veo un policía, antes de que me pare, paro de una vez antes de que me diga algo. Es así de sencillo. Todos los días”. Las tres víctimas están pendientes de una conversación con el general Palomino, partiendo de que la conducta padecida no es excepcional. Recuérdese a los agentes que vociferaban, “Matemos a estos hp micos, que se vayan pa’l monte”, mientras acababan con la casa de una familia afrocaucana del barrio La Fiscala.
Impotencia y resistencia, realidades de cotidianidad de la gente de ascendencia africana. Del mismo modo, dicotomía que la cinta premiada de MacQueen aborda con maestría.
