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Desde el 7 de agosto de 2022 usamos la palabra improvisación con más frecuencia. A la petrofobia le sirve para descalificar nombramientos de ministras y funcionarias, aunque tampoco es ajena entre los esperanzados en llegar a pertenecer a una potencia de vida. En este último campo, inclusive, se conjuga con humor. Patricia Lara, en “Los trasteos de la espada de Bolívar”, rememora que, el 7 de julio de 1974, pese a la urgencia de huir con el arma debajo del horrible poncho que se había puesto Álvaro Fayad, Carlos Sánchez no encontraba cómo prenderle las luces al Renault 6 que se habían conseguido para hacer expedito el robo. Ya sin risitas, en el “A fondo” que María Jimena Duzán tituló “La peor semana de Petro”, la ex comisionada de la verdad Martha Ruiz le hizo eco a Ariel Ávila a propósito de la tesis de que un riesgo severo para la Paz Total consiste en la improvisación que ha rodeado tanto el nombramiento de gestores de paz, como la política de seguridad que debe estructurar ese proyecto.
Esa reiteración me llevó a los meses de mayo y junio de 1989, cuando desde la Universidad Nacional apoyábamos el proceso de paz con el M-19. Al final de un taller sobre resolución pacífica del conflicto, nos percatamos de que a la comandancia se le había pasado organizar el transporte desde Tacueyó hasta Bogotá. Al fin apareció una vieja chiva en la cual nos apretujamos los académicos convocados y en el capacete los 20 estudiantes de bachillerato que habían participado en el evento. ¿Qué de la seguridad de ellos y ellas viajando sentados sobre un techo de madera por lo que era casi un camino de herradura?
Difícil no recordar la costosísima pero fracasada operación del Karina, llevada a cabo a finales de 1981. Germán Castro Caycedo publicó el maravilloso relato sobre ese despropósito a partir de testimonios de los guerrilleros y oficiales de la Armada Nacional que lo protagonizaron. El nombre fue el de un barco que el Eme compró en Alemania para transportar varias toneladas de fusiles FAL y FAP con un millón de balas y llevarlos hasta unas caletas cercanas a Buenaventura. Con marinos beodos lograron llegar hasta Colón, y cuando se disponían a atravesar el canal, una maniobra del timonel borracho causó una avería para cuya reparación tuvieron que esconder la nave en el Escudo de Veraguas. Ante el riesgo de que los pillaran, Pablo, nombre de combate del comandante Jaime Bateman, consideró que todos los huevos no debían estar en el mismo canasto e ideó el robo de otro barco, el Zar, fondeado en San Andrés, al cual tenían que pasar la mitad del cargamento, hasta depositarlo en otra caleta cerca a Dibulla (Guajira), y de allí llevarla en avión hasta las selvas del Caquetá. La comandancia improvisó el trastero de las cajas a la barriga del Zar mediante guerrilleros de 16 o 17 años que nunca habían visto el mar. La operación se iba eternizando por los interminables mareos que sufrían, y la deshidratación que les causaban calores que no habían experimentado. A la escogencia de las caletas la precedieron sobrevuelos por el Pacífico en una avionetica cuyo piloto no le dio importancia a las 500 horas de vuelo que excedían las especificaciones del fabricante. Para los del Eme, el secuestró de un avión Curtis C46 de Aeropesca, así como el llenado de su bodega con fierros y plomo fue un éxito rotundo. Para Juan Manuel Bejarano, el capitán que pilotaba la nave sintiendo en su nuca el cañón de uno de esos FAL, la hazaña estaba destinada al fracaso: los guerrilleros consideraron que valía la pena subir unas cajitas de más, las cuales agotaron la gasolina. Tuvieron que acuatizar en el río Orteguaza, y tan solo con el agua al cuello se percataron que hubiera sido bueno haber embarcado gente que supiera nadar.
Sin duda es injusto e injurioso que, a nombre del Centro Democrático, Polo Polo trate al presidente Petro de guerrillero. Sin embargo, sí cabe la pregunta por el peso del relato fundacional de la insurgencia de la cual él hizo parte. No sólo contiene el persistente culto a Bolívar y al simbolismo liberador de su espada, sino consignas de resonancia actual, como las que los guerrilleros dejaron escritas luego de la toma del Concejo de Bogotá, también en 1974: “El Concejo del común decide el congelamiento de arriendos. Aumento de salarios”. Si del mismo modo la improvisación hace parte de un relato casi mítico que a lo largo de la historia reciente ha convocado a gentes insumisas, ¿guiará estos 42 meses que le quedan al gobierno del cambio?
* Miembro fundador, Grupo de estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.
