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Infalibilidad generalizada

Jaime Arocha

20 de enero de 2014 - 06:00 p. m.

EL 15 de enero, en 'Hora 20', El senador Armando Benedetti anunció acciones judiciales para poner en cintura a la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional por la doctrina discriminatoria que pregona.

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La exfiscal Vivian Morales lo corrigió porque esa opción violaría la Ley 33 de 1994, que en Colombia ampara la libertad religiosa y de cultos, incluyendo la autonomía para darse un reglamento fundamentado en lo que para esa congregación es una revelación divina contenida en las Sagradas Escrituras. Al lograr una especie de generalización de la infalibilidad, esa ley les otorga a las denominaciones religiosas reconocidas mediante personería jurídica la posibilidad de implementar cualquier práctica, si Dios se la inspira a sus jerarcas. Así, inclusive parecería difícil la intervención de jueces y legisladores para salvaguardar los derechos humanos, los cuales también pasan por el filtro del dogma, de acuerdo con una corriente afín a la filosofía del doctor Alejandro Ordóñez, el Movimiento de Restauración Nacional —con la cruz, con la pluma, con la espada—. Para uno de sus ideólogos, el doctor Juan Carlos Novoa, a la objetividad del derecho tan sólo la determina la ley divina, de modo que “no puede ser más dañino para el ordenamiento jurídico y el Estado apoyar su legitimidad en los derechos humanos, […] una ideología que no persigue […] la Bienaventuranza”. Otro ídolo de esta secta es el doctor Álvaro Uribe Vélez, la cual además enuncia que “La única garantía de que la Patria no sucumbirá al terrorismo comunista, materialista y ateo, es el Sagrado Corazón de Jesús y el Procurador” (sic.).

Sin duda, la Ley 33 de 1994 hacía parte de la utopía incluyente de las diversidades que introdujo la reforma constitucional de 1991. No obstante, parece tener el potencial de legitimar toda suerte de dogmatismos por el hecho de que sus proponentes aleguen haber tenido el privilegio de la inspiración sobrenatural. Entonces, puede crear un marco que erosiona la laicidad del Estado colombiano y exacerba la violencia verbal para defender el monopolio de verdades reveladas. Esa colisión ha ocurrido en regiones como la del Baudó, donde los curas descalifican a los pastores y los evangélicos sabotean los alabaos de los velorios tradicionales. Sin embargo, en estos días se nos recuerda su incidencia nacional por afirmaciones como la que hace el MIRA para defenderse de las críticas de las cuales es objeto: hoy a los medios los domina el diablo, y el trino de los seguidores del procurador en la web de Restauración Nacional: “La proliferación de sectas se la debemos al narcobojote ?@ernestosamperp q promocionó la libertas (sic) de cultos, igualando la verdad con el error”, o la visón de la misma congregación sobre la muerte de Nelson Mandela: “Los pacifistas, progres, barbilindos, lamelibranquios […] deberían mostrar su alegría por la desaparición de un terrorista demagogo que ha sumido en la barbarie, la corrupción y la miseria al que otrora fuera el país más próspero de África”. Es posible que firmada la paz en La Habana tengamos que enfrentar el choque de sectarismos religiosos y que el posconflicto deba salirle al paso a la guerra de dioses que exacerbó los odios durante los años de La Violencia.

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Jaime Arocha*

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