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El libro Afrocolombias, conflicto y reconciliación debuta en la Filbo 2025 gracias al esfuerzo conjunto del Grupo de Estudios Afrocolombianos de la Universidad Nacional de Colombia y la Escuela Superior de Administración Pública. Me ha fascinado la equivalencia entre tecnocracia y “brujería capitalista” que introduce una de sus autoras, la antropóloga Natalia Quiceno. Le da sentido a la fórmula con la cual nos hemos habituado para superar el conflicto armado, a saber, las mesas de diálogo entre antagonistas. Cada bando llega con exigencias ambiciosas que las conversaciones deben atemperar hasta alcanzar acuerdos que deben cumplir las partes. El libro que comento resalta una brujería alterna de matriz africana. En 2012, la misma Quiceno la identificó en Bojayá con el nombre de “vivir sabroso”. Es enfática en la hermandad de los pueblos con sus territorios y con sus ancestros, privilegia sanaciones físicas, emocionales y mentales basadas en el conocimiento y manejo de minerales y plantas, así como en liturgias religiosas de música y canto que afianzan los vínculos de parentesco místico con cristos, vírgenes y santas y santos patronos. Esa ritualidad no siempre alude de manera explícita a que para ella el conflicto armado ha llevado a lo que otro de los autores, Santiago Arboleda, denomina ‘ecogenoetnocidio’. Sin embargo, atempera las angustias que ocasiona esa triple crueldad.
La vida sabrosa es un ideal individual y colectivo reconocible en los diversos aportes a la publicación, así sus autores se valgan de nombres alternos. Además, lo enfoco porque tiene que ver con ese fenómeno único en la historia nacional del cual hemos sido testigos desde 2022: haber elegido como vicepresidenta de la república a una activista negra para quien esa vida sabrosa debe ser propósito nacional. La magnitud de esa esperanza desenmascara la pequeñez mental y humana de los medios y políticos que se han mofado de ella y vulgarizado el concepto.
Una de las condiciones para vivir sabroso tiene una raíz profunda en las luchas de la gente esclavizada por la libertad de movimiento. El rechazo visceral al actual confinamiento que grupos armados como el ELN les imponen a comunidades como las del río San Juan tiene el antecedente de los largos años de inmovilidad a la cual los amos obligaban a quienes esclavizaban. De ahí que “el caminar” sea tan relevante para esos pueblos y que cada quien lo deba realizar tan pronto “jovencie”. Además de irse un tiempo para Cali o Medellín o, hasta hace unos años, para Maracaibo o Caracas, hay que recorrer el propio territorio, como lo hacen las matronas que ha conocido en Chachajo (alto Baudó) Mónica Chavarro, otra de las autoras del mismo libro. Caminan para recoger tierra de hormiguero con la cual les llenan la barriga a las canoas viejas que montan sobre sus zoteas, esas tarimas de madera que levantan junto a sus cocinas. Allí siembran matas que han identificado y recogido recorriendo el monte biche y que usarán ya sea para la cocina, la curación o la brujería contra maleficios de la guerra tan horripilantes como el desmembramiento en vida del enemigo. Al igual que las del resto de las afrocolombias, esas médicas raiceras y parteras hacen botellas rezadas. Estas últimas consisten en una base de viche a la cual le agregan cortezas, hojas y raíces, según la dolencia a curar o la cualidad a potenciar. Puede tratarse de aliviar la picadura de una culebra o de consolar a la doliente por el hijo que la guerrilla reclutó a la fuerza.
Navegar es otra manera de “caminar”. Así suben por el Atrato, el Baudó o el Calima y el Patía, hasta alcanzar la aldea ribereña donde ansían cantarle sus alabaos suyos al familiar recién fallecido*. De esa manera entran en esa profunda comunión y conmoción emocional y espiritual de cuya ausencia tanto se lamentan por la inmovilidad a la cual —entre otros— obligan los perversos retenes que son tan caros para la gente armada.
Quiceno cierra su ensayo con palabras que recogen el espíritu de la publicación:
“Cuando la gente negra del Atrato articula parientes, plantas, santos y muertos en sus formas de resistir a la guerra [enriquece…] las controversias sobre [el logro de…] la paz en Colombia. Podríamos entonces pensar que la vida sabrosa sirve como un conjuro […contra] la “brujería capitalista”.
*Hago énfasis en el doble posesivo propio del habla Afropacífica.
