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Mi última columna fue sobre el seminario que el pasado 28 de mayo reunió a investigadores del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) con estudiosos de la diáspora africana y sus efectos contemporáneos. Consideraron que el racismo institucional de baja intensidad ha frenado la reparación histórica que hace 30 años la ley le asignó a esa institución para que implementara un programa robusto tanto de estudios sobre la historia y cultura de los pueblos de ascendencia africana, como de vigilancia al cumplimiento de los derechos que les garantiza la Constitución de 1991. Las conversaciones de ese día dejaron ver cómo limitaciones comparables explicaban, entre otros, los vacíos en la afroamericanística que aún presentan los programas curriculares públicos y privados, desde los niveles básicos de primaria hasta los de educación superior, así como las deficiencias en el reclutamiento de maestras y maestros afrodescendientes.
Una de las soluciones sugeridas fue que ese instituto reviviera las estaciones de investigación que había mantenido hasta 1975 en el Caribe, la Orinoquia y la Amazonia. Se trataba de espacios que les permitieran a los investigadores salir de sus oficinas en Bogotá y desarrollar trabajos de campo regionales de mediana duración. Con respecto a la convocatoria a la cual me refiero, fue importante la estación que permitió acercarse a los palenqueros de San Basilio. Albergó a la antropóloga Nina S. de Friedemann, al lingüista Carlos Patiño Rosselli y al fotógrafo social Richard Cross. Así, ella pudo adentrarse en los archivos históricos sobre el cimarronaje de la Colonia y su influencia en la lengua y la sociedad palenqueras de los años de 1970. El acervo fotográfico que Cross creó consistió en soporte excepcional para la obra clásica que hizo público ese excepcional trabajo etnográfico, Ma Ngombe, guerreros y ganaderos en Palenque. Por su parte, los análisis gramaticales y sintácticos de la lengua criolla palenquera aparecieron en otro libro clásico, Lengua y sociedad en el palenque de San Basilio. Ambos aportes fueron fundamentales para sustentar el argumento que formuló la gente palenquera en favor de que su espacio cultural llegara a ser parte de la lista de la UNESCO de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
La ilusión con ese posible renacimiento dio lugar a que los asistentes pusieran sus ojos sobre Tumaco. Un espacio académico como el descrito daría lugar a interacciones prolongadas con gente afrotumaqueña e indígenas awás para explorar cómo dialogar hacia la superación de la atrofia social y ambiental que ha instaurado la combinación de cultivos de coca, minería ilegal y confluencia de múltiples grupos armados. Allá la formación de un equipo de investigación estable reforzaría los esfuerzos que desarrollan el Museo de la Memoria de Tumaco, ensambles musicales como Plu con Pla, AfroMiTu, Changó y grupos de danza contemporánea como Pacific Dance, todos comprometidos con la paz y el antirracismo.
En cuanto a la superación de los obstáculos que puede enfrentar esta ruta deseable, las miradas se dirigieron a la antropóloga Mara Viveros, por su papel en la consolidación de la Escuela de Género de la Universidad Nacional, paradigma en la identificación y superación de los mecanismos de marginalización institucional impuestos sobre el feminismo, las reivindicaciones de las comunidades LGBTI+ y los efectos perversos de la interseccionalidad entre género, clase y raza. Las estrategias que ese equipo ha desarrollado desde los años de 1980 para tener impactos más allá del campus universitario serán relevantes para lograr las reparaciones que la Ley de Negritudes concibió para que el ICANH cree una sólida edificación para los estudios afrocolombianos y los estudiosos afrodescendientes.
* Miembro fundador, Grupo de estudios afrocolombianos, Universidad Nacional; director, “Nueva Revista Colombiana de folclor”.
