Al fin encontré y subí el video que hace 25 años grabé en Caloto (Cauca), cuando asistí a la ceremonia de dejación de armas del M-19 (www.vimeo.com/122183636). En pantalla, una flota adornada con banderas blancas, azules y rojas, anunciaba a bocinazos la bajada de los guerrilleros desde las montañas de Santo Domingo (Tacueyó). Carlos Pizarro iba rodeado de una multitud que lo abrazaba.
Como diría años después su hija María José, la gente siempre quería tocarlo. Al otro lado del pueblo, en la cancha de fútbol, de dos helicópteros artillados descendían Carlos Lemos Simmonds, entonces ministro de Gobierno; Luis Sequeda, de la Internacional Socialista, garante de la ceremonia; monseñor Rodrigo Escobar; Rafael Pardo, Ricardo Santamaría y Carlos Eduardo Jaramillo, entre los negociadores de paz del Gobierno, además de aquellas celebridades que por ese entonces uno no sabía qué les aportaban a las negociaciones, pero que hoy ya se metieron de lleno en la industria humanitaria internacional y tienen sus organizaciones neogubernamentales para firmar contratos multimillonarios a partir de los cuales reiterar diagnósticos sobre la ausencia del Estado o la debilidad de los partidos políticos.
Rodeado de un enjambre de admiradores, Pizarro saludó a su hermano Eduardo, a Jaime Zuluaga y a Francisco de Roux, entre otros académicos y utópicos, quienes siguen esperanzados en que sus aportes ayuden a que no haya más guerras. Laura García y Nerina Carmona cubrían sus cabezas con unas pavas como para matrimonio de tierra caliente. La elegancia de sus vestidos denotaba que habían llegado para compartir tarima de honor con Lemos y monseñor. No obstante, el que la una fuera esposa del comandante Pizarro y la otra una diplomática costarricense que se metió de lleno en programas para reinsertar a las guerrilleras desmovilizadas, quedó protocolizado que la mesa central tan sólo era para machos apologistas de la paz, así uno de ellos, como ministro de Gobierno, justificara el genocidio de la Unión Patriótica.
Pese a que se achicharraba sobre esa explanada polvorienta, a la audiencia tan sólo le importaba oír a Pizarro. Y vibró al hallarse ante un político moderno conectado con la coyuntura que por ese entonces estremecía al mundo. En efecto, argumentó que entre sus compromisos le daba prioridad a la “…revolución de la libertad que hoy estamos viviendo en los países del Este”, a la franqueza con la cual “hemos hablado” y a “esa búsqueda de los jóvenes por ser parte del futuro de Colombia”.
A lo largo de las siguientes cinco semanas se convertiría en el segundo candidato presidencial más opcionado, porque la ciudadanía se había apropiado de la invitación que había hecho desde Caloto: “Construir interlocutores para este momento frágil para la paz. Porque aquí estamos no disfrutando de una paz a manos llenas, sino simplemente con una pequeña semilla de paz que tenemos que saber estimular, que entre todos multitudinariamente tenemos que garantizar […]”.
Segundos antes había deseado que la violencia persistente jamás fuera a ser “la suerte de todos“. A los 49 días de haber hablado en ese campo de fútbol, cayó víctima de la tragedia que quiso evitar.
Nota. A los pocos minutos de publicado, Facebook eliminó de mi cuenta el video acerca del cual hablo.