Resume e infórmame rápido
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Escribo bajo dos impactos: “carta a una sombra”, el documental de Miguel Salazar y Daniela Abad sobre el abuelo de ella, Héctor Abad Gómez, profesor universitario a quien paramilitares asesinaron en 1987.
Retrata la fe que ese médico salubrista público siempre le tuvo a la humanidad, el amor desbordado que le prodigó a su familia, pero en especial a su hijo Héctor Joaquín, así como su compromiso en contra de la desaparición forzada y a favor de los derechos humanos, militancia que moldeó manteniéndose “a la enemiga” del conservadurismo de Jericó, su pueblo natal.
El otro impacto, Tumaco, a donde por primera vez llegué en 1982 para documentar el trabajo que realizaban pescadores y concheras. Habían transcurrido tres años desde que un tsunami borrara playas y arrasara poblados. Rafael Valencia me recibió en su casa. Era un líder de los pescadores artesanales quien sería asesinado cinco años más tarde, pero en cuyo barrio las huellas de la tragedia ya sólo consistían en gruesos suéteres femeninos que aún vestían algunas personas y que atestiguaban del sentido de caridad que habían ejercido damas encopetadas desde Bogotá. De lo que sí había rastros era del esfuerzo local, verdadero rescate de la catástrofe: la gente de Caleta Viento Libre recicló trozos de icopor desechados para hacer flotar líneas de anzuelos improvisados. Se reinventaron pescando jaibas y vendiendo su carne, luego de que grandes olas salinizaran sus fincas. Otros se aventuraron mar adentro en busca de tiburones y los pescadores de camarón innovaron sus redes, emulando las de las flotas industriales.
Ese cacharrero creativo comenzó desde que los esclavistas forzaron a los ancestros a trabajar en medios desconocidos, con materiales extraños, privados de la libertad, pero motivados para sobrevivir a toda costa. Una simiente fundamental fueron las memorias que portaban. Dentro de un par de años un nuevo volumen de la Historia General de África enfocará las diásporas y arrojará más luces sobre los aportes de las civilizaciones donantes desde 1640, cuando comenzó el auge minero en el Pacífico: Luba, del Congo; Ashanti, de Ghana; Baulé, de Costa de Marfil, o Igbo, de Nigeria y Camerún. Con todo, la única condición para que ese bricolaje haya sido exitoso consiste en que al menos parte del medio natural sea viable después del desastre. Hoy, esa condición desaparece a medida que se extiende el petróleo por el río Mira.
He escrito en pro de un posconflicto libre de racismo y de violaciones a la territorialidad ancestral de las comunidades negras. Sin embargo, las tragedias de Buenaventura y Tumaco indican que los negociadores de la guerrilla tratan a las personas negras como medios para presionar un cese bilateral de hostilidades. Obran como lo hicieron los esclavistas, quienes convirtieron a la gente del sur de Sahara en cosas: mercancías transables en los mercados; seres deshumanizados mediante la violencia, de quienes impunemente extrajeron trabajo y conocimientos. Hoy, fichas para acorralar al enemigo.
Me pregunto qué pasaría si en La Habana proyectaran “Carta a una sombra”. El perdón, la tolerancia, el optimismo, la esperanza y la ternura que la película enaltece son los únicos medios de no precipitarnos en el abismo insondable de la guerra infinita.
*Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional
Conoce más
Temas recomendados:
Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
