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Macroterritorios étnicos

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Jaime Arocha
20 de diciembre de 2022 - 05:30 a. m.
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No alcanzó el período académico para hacer explícitos los vínculos entre las dos grandes secciones del libro Resistir no es aguantar: “Corredores del conflicto armado en 17 macroterritorios étnicos” y “Violencias, daños y resistencias de los pueblos étnicos en el conflicto armado”. La ilusión consistía en imaginar narraciones que —a partir del eje temporal del cual era responsable la Comisión de la Verdad— iluminaran cómo los victimarios reaccionaban frente a los movimientos sociales en pro de las territorialidades étnicas dentro de un mismo macroespacio, las ambiciones económicas que movían a los verdugos y las defensas que las víctimas interponían, los daños culturales que acarreaba la subhumanización subyacente o el racismo estructural vs. los medios que la gente afectada empleaba para reconstituir las identidades colectivas y ancestrales vulneradas. Imaginamos que de esa manera sería posible que, por ejemplo, el primero de esos corredores —Sierra Nevada y serranía del Perijá, La Guajira: conexión con el mar Caribe— además de incluir a gente kogui, wiwa, arhuaca, kankuama y yukpa, lo hiciera tanto con el pueblo wayuu como con la minería a cielo abierto practicada desde el decenio de 1970 en El Cerrejón. De ella dependió la profanación de cementerios indígenas por parte de quienes construían el ferrocarril para transportar el carbón y la desviación del arroyo Bruno con consecuencias nefastas para las economías locales y, por lo tanto, sobre la nutrición y supervivencia infantil. Del mismo modo, a ese relato podrían integrársele los conflictos por los proyectos para montar parques de energía eólica y por la autonomía territorial de la gente wayuu**. Y dentro de la narrativa sobre ese mismo macroespacio, referirse a la gente raizal de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, más allá de esas habilidades náuticas que la llevaron a involucrarse con la exportación de cocaína, para profundizar en el daño cultural debido a la colombianización forzada que tomó auge desde 1953 y que no se ha detenido.

En febrero de 1997, el Gobierno del presidente Ernesto Samper comenzó a aplicar la Ley 70 de 1993 y a entregar los primeros títulos para que las comunidades negras ejercieran dominio colectivo sobre sus territorios ancestrales. Entonces, soldados, “diablos” (paras en el argot local) y guerrillos embutieron el litoral Pacífico en el interminable infierno de las masacres, los confinamientos y destierros. Las operaciones Génesis y Cacarica, para las cuales se unieron las fuerzas armadas oficiales con las irregulares del paramilitarismo, dejaron sus huellas imborrables en Curvaradó, Jiguamiandó y Cacarica. A los cinco años, volaría por los aires ese cilindro de gas que disparó el Frente 28 de las Farc-Ep y cobró la vida de más de un centenar de personas que buscaban refugio en la iglesia de Bellavista por el enfrentamiento de ese frente con los paras de Freddy Rendón, el Alemán. ¿Dónde incluir esas tragedias? Pueden caber ya sea en el corredor serranía del Darién (3.4), en el de la costa Pacífica chocoana: conexión con el océano Pacífico (3.5) y hasta en el de la cordillera Occidental y serranía del Baudó (3.6).

La añoranza del seminario fue por unos cuentos sin ficción integradores de los espacios, tiempos, infortunios y opciones de salida que sí incluye Resistir no es aguantar, pero bajo cierta dispersión. Esas narraciones no solo harían más digerible la lectura de una parte relevante del informe de la Comisión de la Verdad, sino que podrían dar pie a su inclusión dentro de la cátedra de Estudios Afrocolombianos, aquella normatividad que debería impulsar esa “pedagogía obsesiva” que la Ley 70 de 1993 planteó como antídoto del racismo estructural.

Cierro con deseos de un 2023 que realice las esperanzas con las cuales nos ha ilusionado el 2022.

* Profesor, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional; programa de Antropología, Universidad Externado de Colombia.

** Tanto en El Espectador, como en Cambio aparecen los artículos de Weildler Guerra sobre una innovación que no debe comprometer ni el territorio ni la autonomía wayuu.

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