En la columna anterior me referí a las escuelas que le sirvieron de base al XVIII Festival Petronio Álvarez de Música del Pacífico. Uno de sus alumnos demostraba virtuosismo tocando un aguabajo tradicional.
Como las chontas de su marimba tenían marcadas en letras blancas “doremifasollasi”, deduje que se trataba de un instrumento “temperado” que armonizaría con un clarinete o un trombón, por lo cual intuí que quizás el educador tendría en mente formar músicos profesionales. Para estos últimos, el mismo festival ofrece rondas de negocios que facilitan su inserción en agrupaciones competentes para manejar el escenario de un concierto nacional o internacional. Esta alternativa cobra una importancia inusitada para gente de regiones sometidas al conflicto armado, a quienes el destierro les niega las opciones de vida dentro de las cuales se formaron.
No obstante la relevancia de esta posibilidad para la inclusión laboral de la gente desplazada, queda el interrogante por el futuro del otro tipo de marimba que existe, la “atemperada”. Para los oídos de quien ha pasado por un conservatorio, suena desafinada. Sin embargo, etnomusicólogos como Carlos Miñana han demostrado que la entonación de ella corresponde a técnicas que en África occidental se usan para templar e interpretar el balafón, cuyos sonidos son casi idénticos a los de la marimba. Inclusive, la persistencia de esas técnicas hablaría del posible papel que habrían jugado memorias musicales de ese continente en la reconstrucción de quienes fueron secuestrados allá, deportados por el Atlántico y esclavizados en lo que hoy es Colombia. Se trata de la marimba que emite los sonidos apropiados para que una cantaora mayor entone los arrullos que le dan vida a un “gualí, aquella ceremonia fúnebre para despedir a un niño o una niña. Ese instrumento se acopla con los ritos que practican unos oficiantes atípicos para la tradición europea. Sus carreras ceremoniales encajan con la diversidad y complejidad de las selvas y los ríos del litoral Pacífico. De ahí que la cantaora a quien me refiero, también pueda ser una partera conocedora de su selva para identificar las plantas que le permitan atender la dieta de una parturienta, luego de que ella dé a luz. Del mismo modo, es probable que el marimbero mayor, además de buen tallador de maderas, sea un médico raicero docto en diagnosticar enfermedades, destilar biche y mezclarlo con las yerbas adecuadas para hacer las respectivas botellas balsámicas de sanación.
La curaduría del festival al cual me refiero certificó que, de los catorce grupos que se presentaron, tan sólo cuatro tenían el instrumento ancestral, “atemperado”, incluyendo el ganador, Fundación Folclórica Changó de Tumaco. De ahí la pregunta por el reto que enfrentan los maestros de música. Si tienen en mente el relevo generacional de sabedores y sabedoras, cuya competencia se integra con sus carreras médico-ceremoniales, no podrán limitarse a la enseñanza de técnicas de afinación, solfeo e interpretación. Quizás deberán profundizar su saber acerca de los contextos dentro de los cuales nacieron y se consolidaron las músicas ancestrales. De otra manera, el esfuerzo de las políticas estatales quedará reducido al suministro de virtuosos para escenarios globales como el de la “World Music”.
Jaime Arocha *