Camilo Rincón tenía 18 años cuando aceptó participar en el experimento de reforestar un potrero en La Calera.
Se sorprendió de que yo lo llamara “socio”, y nuestra primera empresa fue rescatar 50 pequeños alisos que crecían al borde de una carretera y peligraban por el paso de las volquetas. Los sembramos entreverados con arbolocos, según la fórmula que el profesor Thomas van der Hammen había experimentado en su finca de Chía: la hojarasca de ambos árboles sería abundante y dentro de ella crecerían las semillas que depositarían los pájaros. Así comenzaron a aparecer manos de oso y cucharos que sólo veíamos monte arriba. Conseguimos lombrices y las alimentamos con el pasto que cortábamos y los desechos de la cocina. Él llevaba el humus que ellas producían a los huecos que iba haciendo para sembrar cedros, nogales, robles, guayacanes, mangles sabaneros y romerones.
Venció el miedo, y hoy ya es un apicultor. Ha comprobado que la polinización es un sistema complejo que asocia abejas y plantas. De ahí su emoción al ver cómo de los tres sangregados que había alrededor de las colmenas, pronto habrá un bosquecito con los anaranjados y rojos que toman las hojas de esos árboles cuando se secan.
Pasados 18 años, ya tenemos un ojo de agua y nos maravillamos por la exuberancia que él ha contribuido a crear. Se enorgullece de sus enseñanzas: que ya sepamos distinguir la fina arquitectura de un nido de colibrí o que diferenciemos el canto de un mochuelo del de una lechuza. También que ya conozcamos que los zánganos ponen sus huevos en los nidos de los copetones para ahorrarse la crianza de sus polluelos. Y nos ha dado las claves para que fotografiemos a las chicharras cuando mudan sus esqueletos exteriores.
Considerando esa pedagogía que nace de la experiencia, nos entusiasmó conocer a una profesora de ecología contratada por uno de los colegios de moda que han abierto en el área. Estaba orgullosa de que sus estudiantes hubieran bajado a sus tabletas una aplicación para hacer simulaciones de reforestación. Le preguntamos por el papel de las abejas en el juego, pero no lo había pensado. Ignoraba el llamado mundial que hay por la vida de estos insectos, y no se había percatado de la tragedia que implicará su ausencia para la polinización.
El contraste entre estas dos competencias fue inevitable leyendo las recomendaciones del profesor James Robinson para que sean los nerds urbanos bien educados quienes lideren nuestra modernización. He pensado que más bien estaremos destinados a la tragedia si desconocemos sabidurías como la de mi socio o como las de médicos raiceros del Afropacífico, acerca de quienes he hablado en columnas anteriores.
En ese sentido, son valiosas iniciativas como las del Consejo Regional Indígena del Cauca o de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca: llevan los saberes étnicos al nivel universitario en búsqueda de soluciones para crisis ambientales y humanitarias que la ciencia occidental aún no ha contribuido a solucionar. Dentro de la trilogía que impulsa el presidente Santos, un sueño sería que para 2015 la educación formal de verdad incluyera nuestra diversidad de pensamiento como medio de aproximarse hacia la paz y la equidad.