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“Resistir no es aguantar, violencias y daños contra los pueblos étnicos de Colombia” (RNA) fue el eje del seminario que oriento. Más como ciudadanos que como académicos, ni estudiantes ni yo dejamos de preguntarnos cómo apropiarnos de su contenido para volver cotidiano el modo paz. Concordamos con el padre Francisco De Roux acerca de la necesidad de reemplazar el modo guerra, causa de insensibilidad ante los inefables horrores que han causado los cuarenta años de violencia que enfocó la Comisión de la Verdad, a la cual originó el Acuerdo de Paz.
Los protagonistas de las 650 páginas del volumen son pueblos indígenas, de ascendencia africana y Rrom o gitanos. Demuele el alegato uribista referente a los sesgos en contra de las fuerzas armadas y a favor de las far, gracias al incontrovertible rigor con el cual documentan tanto ignominias difíciles de creer y reconocer, como las responsabilidades que les caben a todos los victimarios. Al mismo tiempo, acierta al resaltar las resistencias que han interpuesto las víctimas. Algunas de ellas datan de los años de la colonia, como las que acusaban déficits históricos de visibilidad en escenarios de La Guajira, el Magdalena y el Cauca:
“… Roche, Manantial, Patilla, Chancleta y Tabaco, …[fundado hacia] 1780 por negros…[que] se liberaron más o menos donde queda hoy Puerto Bolívar… vencieron a sus captores y arrancaron por toda la orilla del río, del mar, hasta llegar a Riohacha, a la desembocadura del río Ranchería en Calancala…” (pág.: 513).
Más adelante, habla de los legendarios bogas responsables del transporte de mercancías por el río Magdalena. Valiéndose de sus habilidades, navegaron por Caño Clarín desde la Ciénaga Grande de Santa Marta, y se internaron por terrenos inhóspitos, donde fundaron Casaquita, El Triunfo, Negrinis y Loveran. En 2011, miembros de este último pueblo por fin pudieron constituir un Consejo Comunitario que ha sido objeto de estigmatización y violencia, debido a sus reclamos territoriales (pág.: 522)
Y yéndose al sur, el texto se refiere al trabajo de Axel Rojas sobre la capitanía de Páez… “una forma de palenque …[a la cual conformó el capitán] Andrés Lucumí en 1910″ (514). Ese apellido, en ocasiones usado como sinónimo de Yoruba, ¿atestiguaría rastros de un pasado que se habría originado en esa civilización nigeriana? A los responsables de este libro, ¿Se les pasó el palenque de El Castigo en el Patía?
Optamos por la ética referente a que los aciertos del texto no debían nublar la mirada crítica. De esa manera hallamos que la introducción argumenta que “De forma precaria, en la creación del artículo transitorio 55 [de la Constitución de 1991], se proclamó (sic.) la Ley 70 de 1993, que reconoce parcialmente la propiedad de los territorios colectivos de los pueblos negro, afrocolombiano, palenquero y raizal. En este sentido, es posible observar en qué medida el trato colonial y el racismo estructural se expresan en la normatividad colombiana desde el periodo colonial hasta la actualidad” (36)
Por fortuna, corrigieron semejante estropicio al referirse a una efervescencia política magnificada en el decenio de 1980, la cual apeló a presiones heterodoxas, como el telegrama negro, enviado por muy diversos grupos comunitarios a la Asamblea Nacional Constituyente en pro de la visibilización de la gente negra y sus derechos (Págs. 368, 571). Dejan bien subrayado el impulso inicial a cargo de Acia, la Asociación campesina del medio Atrato, y las réplicas decididas de sus equivalentes en el alto Atrato (Ocaba), San Juan (Acadesan), Baudó (Acaba), barrios populares del Chocó (Obapo), y de ahí hacia el sur del litoral, con los ecos palenqueros del norte. Los puentes con la iglesia y el movimiento indígena también quedan bien realzados en función liderazgos como el del Foro interétnico solidaridad Chocó, responsable de decenas de denuncias realizadas con apoyo de las más reconocidas organizaciones de derechos humanos, a las cuales también incorpora el informe.
Los resultados de nuestros análisis conjuntos serán objeto de otros artículos de opinión. Los orientará el cuestionamiento de si los largos y detallados inventarios de vejaciones y violaciones contribuyen a la sensibilización contra las ignominias, o si por el contrario inhiben el antídoto cotidiano del modo guerra.
* Miembro fundador, Grupo de estudios afrocolombianos, Universidad Nacional; profesor, Programa de antropología, Universidad Externado de Colombia.
