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Música y basura

Jaime Arocha

02 de noviembre de 2009 - 06:28 p. m.

¡HACE NOVENTA SIGLOS!, EN EL VAlle alto del río Checua, municipio de Nemocón, tuvo que haber una escuela de música.

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Imagino a unos niños aprendiendo a tocarles flauta a los míticos dueños y dueñas de los animales para propiciar la fertilidad de los mastodontes que cazaban sus papás. Albergo estas imágenes después de que supe que hace 25 años, en esa región, el arqueólogo Gonzalo Correal encontró y fechó el instrumento de viento más antiguo de América, amén de fósiles que hablarían de que allá existieron cientos de esos enormes paquidermos. Sería inverosímil que los antiguos cazadores y recolectores de esa región hubieran hecho una sola flauta de hueso, y que no hubieran desarrollado una tradición para tocarla junto con tambores ya desaparecidos. No obstante la relevancia de esa historia, es improbable que podamos seguirla explorando y divulgando, porque las capas de tierra que contienen la información sobre nuestro pasado quedarán sepultadas por la basura de La Calera, Guasca, Zipaquirá y otros 17 municipios de Cundinamarca. La CAR, entidad encargada de defender el vínculo de la gente con la naturaleza, otorgó la licencia ambiental a la empresa Tecnoambientales S.A. ESP para hacer un “relleno sanitario”, el cual —por si fuera poco— podría contaminar las aguas de Tibitoc, uno de los acueductos que surten a la capital.

Según Ana María Groot en 2004 el Concejo Municipal de Nemocón declaró a las veredas Checua y Cerro Verde como patrimonio arqueológico, histórico, ecológico y cultural, pero la Procuraduría Ambiental y Agraria solicitó revocar esa declaratoria. Hay dos argumentos que darían fe de una ignorancia tan profunda, que uno más bien pensaría que ambas instituciones obran por otros motivos. El primero, que hoy no existe una población indígena descendiente de los creadores de la flauta y el otro, que los vestigios encontrados son tan modestos que carecen de valor histórico. Ambos insultan la genealogía de todos los colombianos. Como las huellas halladas en casi todo el país, las arqueológicas de Nemocón no son monumentales, pero muestran las vigas de madera que indicarían cómo en el año 7.000  antes de Cristo, aquellos pueblos de cazadores habían abandonado los abrigos rocosos para ocupar casas más abrigadas; hay además artefactos indicativos tanto de la utilización de animales más pequeños como el curí y el venado que reemplazaron a los mastodontes, como de la agricultura que adaptaron a esas franjas altas de los Andes, excepcionales por su sequía, por las especies vegetales y animales que albergan, pero que han desaparecido de otros lugares del altiplano víctimas, por ejemplo, de pistas para deportes motorizados.

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La Fundación Museo de Historia Natural de la Sabana, la Universidad Nacional de Colombia y el actual operador de la Mina de Sal pugnan por crear un museo y dar inicio al Plan de Manejo Arqueológico que Ana María Groot diseñó para que el Instituto Colombiano de Antropología e Historia lidere esta pedagogía sobre la importancia de Colombia con respecto a los orígenes de todos los americanos. Ahora es indispensable que los Ministerios de Cultura y Ambiente se vinculen al proceso y enmienden los absurdos estatales ya cometidos. El relleno sanitario que necesitan los municipios de Cundinamarca no puede construirse a costa de la historia nacional.

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