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Navidad contaminada por dragas y mercurio

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Jaime Arocha
18 de diciembre de 2008 - 12:09 a. m.
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HACE CUATRO AÑOS, LINA DEL MAR Moreno se disponía a viajar a Paimadó para hacer la investigación que le daría el título de antropóloga. Se fijaría en la forma como paimadoseños y paimadoseñas residentes en el barrio Los Cerezos de Bogotá tomarían parte en las celebraciones de fin de año y de la virgen de La Candelaria.

En particular, esa última fiesta era el imán para el retorno temporal de aquellos hombres y mujeres que desde finales de los años de 1990 habían tenido que salir de su comunidad sobre el río Quito en el departamento del Chocó. Quince años más tarde, esa región en algo se recuperaba de los días difíciles que había vivido como consecuencia de la bancarrota de la minería artesanal y del conflicto armado.

Emocionados, quienes esperábamos a esta miembro del GEA, nos congregamos alrededor de un televisor del CES para ver los videos que ella había hecho en el terreno. Descubrimos que allá en Paimadó adoraban a La Candelaria como si estuviera viva y fuera un miembro de sus familias. Celebraban un verdadero carnaval con sus comparsas, vejigantes, vacalocas y versificaciones y cantos críticos de los sinsabores locales y nacionales. También nos sorprendió ver unos minicanalones hechos de tablas y costales que los mineros y mineras locales ensayaban para lavar las arenas de la orilla del río Quito y sus quebradas aledañas y así sacarles el oro que contenían. Lina nos explicó que las llamaban matracas, y varios de nosotros reconocimos que no las habíamos visto nunca, haciéndonos el propósito de averiguar quién y cómo había ideado una innovación que mejoraba las opciones de quienes barequeaban el mineral en los bordes, sin contaminar las aguas ya fuera con excesos de lodo o con el mercurio que la minería mecanizada utiliza para separar el oro de la jagua

En 2008, uno se pregunta cómo serán las fiestas de quienes hagan su peregrinaje anual, considerando que se acabó la minibonanza de la cual Lina del Mar fue testigo, según se deduce de un proyecto de investigación que auspicia el Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Dentro de este esfuerzo, de manera conjunta con el Consejo Comunitario de Paimadó, Andrés Meza ha realizado otros videos. Evidencian los efectos perversos que desde hace dos años tiene la minería industrializada e ilegal que un conjunto de por lo menos veinte dragas hace en ese lecho, además de las que operan en otros ríos. Estas enormes barcazas motorizadas les arrancan los barros auríferos a guijarros que yacen en el fondo del caudal, luego de extraerlos y lavarlos con aguas bombeadas a presiones altas. Las piedras van quedando depositadas en las orillas formando montículos que antes no existían, con el efecto de acelerar la velocidad de las aguas, desmoronar los márgenes y arrasar ya sea las colineras de plátano o, como lo muestra otra escena dramática, el semillero que la comunidad había instalado con apoyo de Codechocó para cultivar el chachajo, el níspero y el trúntago y de esa manera ir reforestando las selvas sometidas a la extracción de maderas finas desde mediados del siglo XX, cuando comenzaron a sacar los polines para el ferrocarril de Antioquia, según uno de los testimonios grabados.

Valerio Andrade, quien hasta hace poco era representante legal de ese Consejo Comunitario, le dice a la cámara de Andrés que ahora la aceleración extrema de estas aguas causa hasta tres crecientes anuales, en vez de la que hasta hace poco tenía lugar una vez por año y que ellos habían aprendido a manejar. Así, las plataneras y arrozales que se pueden salvar de la erosión, ahora quedan inundados por unas aguas que los queman a causa del mercurio que los mineros vierten en los ríos sin miramiento alguno con el ambiente. A ese veneno hay que agregarle el de los aceites y excesos de combustible que arrojan los motores. Así uno comprende por qué los pescadores se quedan sin bocachicos, doncellas y sardinas, qué sacar y ofrecer en el mercado para la alimentación local. Hasta el lavado de la ropa ahora tiene que hacerse en lechos enlodados y putrefactos, mientras compran plátano y pescado ¡traído desde Quibdó o Pereira!

Dos mujeres de más de setenta años miran hacia la lente; explican que desde niñas aprendieron a menear las bateas auríferas, pero que ahora casi todos los placeres de los costados están cubiertos de cascotes y que por lo tanto no los pueden menear y que en los pocos que quedan limpios, las aguas envenenadas les pelan las pantorrillas. Ambas muestran llagas que nunca habían habitado sus cuerpos.

Parece que las denuncias del Consejo Comunitario de Paimadó ante la Procuraduría General de  la Nación y el Ministerio de Minas están aminorando esta tragedia. Sin embargo, así avancen más, surge la pregunta acerca del compromiso estatal por la explotación minera sostenible y de bajo impacto ambiental ejercida mayoritariamente por mujeres, quienes utilizan tecnologías apropiadas que como las de las matracas nacen del ingenio local, pocas veces percibido como fuente de desarrollo, pese a que la reforma constitucional de 1991 lo convierte en patrimonio nacional. La metamorfosis implicada será imposible mientras persista el racismo acerca del cual he hablado en esta columna.

El GEA-CES expresa sus condolencias a Aída Quilcué, consejera mayor del Consejo Regional Indígena del Cauca, por el asesinato de su esposo Edwin Legarda en el resguardo de Páez. Además de lamentar la pérdida irreparable de otro adalid del movimiento indígena, este equipo aspira a que el Estado aclare con prontitud unos hechos que involucran a soldados campesinos y que han sido denunciados como retaliación contra la Minga de los Pueblos.

* Grupo de Estudios Afrocolombianos (GEA)

Centro de Estudios Sociales (CES)

Facultad de Ciencias Humanas

Universidad Nacional de Colombia.

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