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Obeah: la proscrita fe de paz

Jaime Arocha
10 de septiembre de 2024 - 05:00 a. m.
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Imborrable el recuerdo de los seminarios interdisciplinarios sobre poder, tierra y violencia que el recién fallecido maestro de sociología y ciencia política, Francisco Leal Buitrago, organizó al inicio de su gestión como primer director del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional. Para 1987, cuando fue anfitrión de la Comisión de Estudios sobre la Violencia en Colombia, a ese centro de investigación y reflexión él ya lo había puesto en la mira de las más respetadas universidades del mundo. ¡Qué falta nos harán las columnas que publicaba en estas mismas páginas editoriales! Entre ellas, hubo las que se refirieron a la democratización de las fuerzas armadas, cuyas entrañas conoció hacia 1960, como soldado bachiller del batallón Miguel Antonio Caro, desde donde pasó a la Escuela Militar. Afecto solidario para Magdalena, Claudia y Martha.

Pasando al tema central de este artículo de opinión, insistiré en mi enfoque sobre San Andrés, Providencia, Santa Catalina y los cayos, con énfasis en la tolerancia que quizás contribuyeron a moldear los rastros de la religión de la Obeah que aún sobreviven entre la gente raizal. Como sucede con el de los Orichas, este sistema centra sus creencias en la unidad entre vivos y antepasados. Sus memorias se remontan a las de los pueblos afiliados con la familia lingüística Akán de la Costa de Oro, región que privilegiaron los ingleses para las capturas que realizaron a lo largo del siglo XVIII. Fue así como dotaron a sus plantaciones del Caribe occidental con mano de obra esclavizada. No obstante, debido a las habilidades de esas gentes en la minería del oro y la orfebrería, también fueron llevadas desde el Caribe hacia el Pacífico. De ahí que, entre otros rasgos culturales, compartan la mitología de la astuta araña Anancy o Ananse.

En razón de los ritos alrededor del duppy (alma de una persona muerta que se manifiesta en forma humana o animal) sus oficiantes u obeahmen y obeahwomen han sido objeto de estigmatización y cancelación por parte de sus contrapartes cristianas*. Con todo, aumentan los países del Caribe occidental, como Jamaica, Belice y Trinidad y Tobago dónde esa fe resiste o se revitaliza. Más bien encubierta en San Andrés, Providencia y Santa Catalina, ha persistido en ceremonias como las del enterramiento de la placenta de recién nacidas y nacidos en los manglares cercanos a los cementerios. El sentido de ese rito es el de asegurar el retorno del alma difunta (¿duppy?) a su origen. Creo que ese pacto de paz y amistad con la naturaleza cimienta un complejo ético que privilegia el respeto y la tolerancia entre las personas.

De los efectos de esa clase de relaciones interpersonales ha dado testimonio la antropóloga Inge Valencia mediante su análisis de la coexistencia alcanzada en el archipiélago por miembros de las iglesias bautista y evangélica con los de la católica**. El que, a lo largo del siglo XX, desde las montañas andinas, hubiera tenido lugar la imposición forzada de este último credo en detrimento del protestante habría podido derivar en una guerra de religiones. Es imaginable la frustración e indignación que desencadenó un ninguneo tan sistemático como el que llevaron a cabo los misioneros católicos hispanoparlantes al intentar prohibirles a los otros creyentes sus ejercicios de dogma, liturgia e idioma. Con todo, Valencia no detecta enfrentamientos entre enemigos, sino algo así como diálogos entre adversarios que poco a poco derivan en aceptaciones mutuas. Mientras que los pastores protestantes han sido adalides de las manifestaciones sociales en pro de la autonomía político-cultural, religiosa y lingüística de la gente raizal, los católicos andinocentrados arrancaron con un proyecto de intensa colombianización, en ocasiones etnocida. Parecería que ante la intensidad y arraigo del movimiento que han fomentado los primeros, los segundos van comprendiendo la justeza de sus reivindicaciones. Uno añora que con el tiempo los católicos las asuman como propias.

El Islam es otra expresión de fe en las islas. Depende de la inmigración de sirios y libaneses, atraídos como otros pueblos por el auge comercial que a partir de 1954 desencadenó la declaración de San Andrés como puerto libre. El que en pleno centro de esa ciudad se erija una imponente mezquita, da cuenta de que la tolerancia religiosa se extiende más allá del cristianismo. Así, reitero el valor que encierra el aprendizaje que hagamos desde las regiones andinas sobre el enriquecimiento cultural que la gente raizal le hace a nuestra nacionalidad. Al idioma Kriol y a las historias de Anancy hay que adicionarles la tolerancia y el diálogo convertidos en prácticas cotidianas y, de esa manera, paradigmas para superar la conflictividad que nos agobia.


*Además de Wikipedia, para este segmento se pueden consultar obras como Fernández Olmos, Margarite; Paravisini-Gebert, Lizabeth. 2011. Creole Religions of the Caribbean: An Introduction from Vodou and Santería to Obeah and Espiritismo (second ed.). New York and London: New York University Press; Paton, Diana. 2015. The cultural politics of Obeah religion: religion, colonialism and modernity in the Caribbean world. Cambridge University Press, o  García Franco, Marco Darío. 1994. Antropología de lo Sagrado en el Caribe: culto Obeah en Jamaica. Boletín de Antropología Americana, # 30 (Diciembre), pp. 135-142

**Religión y política en archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, próximo a aparecer en el #33 de la Nueva Revista Colombiana de Folclor.

***Me atrevo a valerme de una dicotomía que ha sido central para las magníficas exposiciones públicas que el ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes ha hecho a favor de utilizar la palabra conmemoración a propósito del medio siglo que cumplirá la fundación de Santa Marta, la ciudad más antigua del continente. Valiente y muy valiosa la condena que él ha hecho de aquel cimiento del sistema colonial español que se basó tanto en los genocidios y etnocidios de pueblos indígenas, como en la esclavización de la gente africana. Ofende que a unos y otros los venían excluyendo de los eventos que desde hace dos años habían comenzado a planearse por esa efemérides, de acuerdo con las respectivas disposiciones gubernamentales. En el caso de los afro, hasta fue necesaria una sentencia de la Corte Constitucional para buscar una inclusión que parecería que aún está por alcanzarse (ver). Lamentables los contrargumentos difundidos por medios como la W, plenos de lugares comunes sobre el alegado orgullo de nuestro mestizaje o de estereotipos racistas como el del canibalismo que, según Carlos Vives, fue común en el Caribe y la Amazonía. Impresionante el silencio de Alberto Casas y asociados ante semejantes esperpentos, y ellos, para perfeccionar sus genuflexiones coronaron a ese cantante como el “embajador de San Marta”.

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Alonso(57439)10 de septiembre de 2024 - 04:29 p. m.
Merecidísimo sablazo a la W. Ahí están pintados, quieren celebración, no conmemoración. En otras palabras: parranda, licor, exhibicionismo y farándula al por mayor.
Atenas(06773)10 de septiembre de 2024 - 12:04 p. m.
Y Arocha bien sabe q’ le va la vida en el esoterismo, nigromancía, ocultismo…..Y vea Ud, en estas páginas de EE nada se supo, según entiendo, de la muerte del columnista Pacho Leal, QEPD. Atenas.
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