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Opulencia cultural y devastación ambiental

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Jaime Arocha
04 de agosto de 2015 - 04:58 a. m.
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En el afropacífico, a los cantos responsoriales que mujeres sabias interpretan durante las noches de velorios y novenarios los llaman “alabaos”; “gualíes” si despiden a un angelito, en tanto que la “tumba” consiste en el altar para celebrar la última noche de la novena, cuya culminación consiste en su desarme o “levantamiento”, cuando la persona muerta abandona el mundo. Este conjunto ritual y litúrgico ya hace parte del inventario nacional de nuestros patrimonios inmateriales.

De ahí la importancia del “Encuentro de alabaos, gualíes y levantamiento de tumbas” que fue programado en Andagoya —cuenca del río San Juan en el Chocó— para el fin de semana del 20 de julio. Uno de sus escenarios ya sería el remodelado teatro Primero de Mayo, antes O’Neill, que construyó la Chocó Pacífico, compañía norteamericana que mantuvo el apartheid racial desde 1916 a 1974, mientras sacaba platino y oro de la región. 
 
Como no pude asistir al encuentro, quizá para el próximo año sea posible tomar nota de lo que puede pasar cuando las ceremonias más solemnes de la religiosidad afrochocoana se convierten en objetos de consumo turístico. En abril de 2012, ya había visto cómo, para las celebraciones en honor al Santo Ecce Homo de Raspadura, también en el Chocó, la imagen icónica de la vitela adorada en la iglesia aparecía en pulseritas y collares chinos, en estatuitas plásticas que uno podía comprar en los tenderetes de la plaza, o en camisetas estampadas. Los banderines que pendían del techo de la casa cural indicaban que la marca sagrada también promocionaba aguardiente Platino y ron Medellín.
 
La otra mirada pendiente es la del contraste entre opulencia cultural y la devastación que deja la minería de retroexcavadoras y buldóceres. Era inimaginable que pudiera llegar a haber un teatro con camerinos para que las cantoras de alabaos se arreglaran antes de su performance. ¿Lo circundarán pozas verdes, de aguas llenas de mercurio, aceite y orines? En Raspadura, ida la maquinaria, quedó una planicie pedregosa y árida con arboles raquíticos que agonizan rodeados de basura. Dizque así los mineros ilegales le devolverán al pueblo la selva frondosa que albergaba una agricultura tejida con las lluvias, y por lo tanto con la minería de batea y almocafre, a cargo de familias extendidas, a su vez afiliadas a troncos de fundadores míticos. De ella dependía la autosuficiencia en arroz, maíz, yuca, plátano y frutales.
 
Esta semana ha sido de anuncios presidenciales contra retroexcavadoras y dragas ilegales. Queda pendiente saber cómo será la reparación por la seguridad alimentaria perdida. Una opción podría ser la conectividad de las autopistas 4G: más rápido llegarán camiones con arroz importado, pero habrá que comprarlo con dólar a tres mil pesos. Así, es difícil imaginar la sostenibilidad de la ritualidad fúnebre recién patrimonializada, a no ser que el Estado la subsidie. De ser así, a las “familias en acción” se sumarán las “culturas en acción” como parte de un panorama más abigarrado de institucionalización de la mendicidad.

 
* Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional de Colombia

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