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Otro camino ecocida

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Jaime Arocha
05 de marzo de 2012 - 11:00 p. m.
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El pasado 26 de febrero, usuarios de los acueductos de La Nutria y El Triunfo, así como defensores de los páramos, subimos hacia La Hondura, el bosque altoandino que está por detrás del barrio El Codito de Bogotá.

En ese subpáramo se recargan quebradas que, como El Ajizal, les brindan agua potable a cientos de familias de La Calera. Nos urgía comprobar si era cierto que una empresa construía una carretera que tendría efectos nefastos para nuestros acueductos. Un empleado de la compañía nos enseñó que la tragedia sería peor: el dueño metería una gran ganadería de leche, cuyo establo quedaría a pocos metros de la casa que el trabajador habitaba con su mujer e hijas, y al cual el empresario podría llegar con comodidad por cualquiera de los dos ramales de la vía en construcción. Añadió que gente del ambiente había visitado la obra y la había aprobado, pero que estaban parados porque quizás habría que dinamitar una de las montañas que están en la base del camino. La enorme roca tiene aferrados helechos, quiches, líquenes y musgos que transforman la neblina en decenas de hilitos, hasta formar otra de las quebradas sobre las cuales la CAR aprueba concesiones para su uso, a cambio de que los beneficiarios refuercen la cobertura forestal que las salvaguarda.

A partir de esa vivienda, el camino ya estaba recebado con el material que la retroexcavadora sacaba de una cantera labrada en la montaña, sin mayores precauciones contra la erosión que vendrá con las lluvias de marzo, abril y mayo. Un poco más abajo, el maquinista había hecho un dique para represar las aguas de un nacedero, a cuyo lado yacían derribados árboles centenarios. A lo largo de la vía, decenas de chusques se iban secando, luego de haberles dado machete. Esta guaduilla, que previene la erosión y retiene agua, dizque perjudicaría la ceba de las reses, en tanto que encenillos con nidos mochileros de toches quedaban a la espera de ser desarraigados mediante los dientes de la pala mecánica. Para uno de los activistas que nos acompañaba lo que veíamos tenía su equivalente en la vereda de El Alto, donde estaban echándoles herbicida a los frailejonales.

Parece ser que una delegación de la Alcaldía Municipal y la Inspección de Policía ya recorrió el nuevo camino y que el constructor no cuenta con las debidas licencias. Sin embargo, ejercerá las presiones para obtenerlas y darle continuidad a su proyecto. Abrirá así la posibilidad de que el caos ambiental y humano que se multiplica en la calle 180 con carrera séptima siga extendiéndose desde Bogotá. Este desenlace negativo quedará legitimado tanto por ese plan de ordenamiento territorial del Municipio de La Calera que elevó arbitrariamente la altura del páramo a los 3.200 msnm, como por la decisión que ya tomó el Tribunal de Cundinamarca al negar las medidas precautelares que nuestra acción popular contemplaba para ponerle coto a los proyectos de urbanización y construcción de vías, mientras los magistrados estudiaban nuestros argumentos a favor de los bosques de alta montaña. Se desconocen las alternativas de suministro de agua que contempla el municipio para los damnificados por el modelo de progreso adoptado. Mucho menos las medidas contra la desertificación y el calentamiento de la región.

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